domingo, 13 de septiembre de 2009

Tigre Hircana




La luna se reflejaba en sus ojos, que habían visto todo tipo de cosas. Miraba el horizonte, con una mirada lejana. A lo lejos podía ver como algunos tigres empezaban a despertar, de un sueño tranquilo, sin sobresaltos, y ahora se incorporaban con el amanecer. Tantas veces los había mirado desde lo alto de la roca, siempre sintió que tenía un sueño, ahora más seguro que nunca, que tenía que realizar. Se despertó.

— ¡Despierta, Miguel! ¿Qué estás pensando? —Le dijo su jefe, mientras servía una taza de café, previo golpecito a la máquina—. Tenemos mucho trabajo que hacer hoy, y tú sigues ahí como en otro lado. Ya pareces algún trabajador del congreso.

— No se preocupe, Don Antonio—, dijo Miguel con voz calmada. Ya más sereno y confiado de haber despertado de un lejano sueño.

Miguel abrió el correo, para revisar los mensajes, como era costumbre en la empresa. Fue grande su sorpresa cuando leyó uno que no tenía remitente conocido. Rápidamente y con la privacidad que su pequeña oficina le daba, revisó el contenido. No tenía título, pero eso no le importó mucho. Empezó a leer y quedó fascinado por la pequeña y breve historia que alguien de forma anónima le había enviado desde un lugar remoto, que en ese momento no le importó conocer, menos aún, investigar sobre su autor. Se recostó cómodamente sobre la silla, sacó un pequeño papel para hacer algunas anotaciones. Y finalmente pensó que ese día alguien—que obviamente, no era él—le había regalado una de las más preciosas historias. Le había regalado un tema, le había regalado el secreto de ese sueño tan repetido, de todos los últimos días, y que siempre terminaba difuminado en miles de preguntas, mientras apagaba la computadora y se alistaba para regresar a casa. Mañana será un nuevo día. El tigre, como todos los otros tigres, tendría mañana una nueva mirada, y quien sabe, tal vez…una respuesta. Apagó la PC y salió para la oficina de su jefe.

Entró velozmente a la oficina, ante la extrañeza de todos sus compañeros de trabajo en la editorial. Tenía en su PC la mejor obra escrita, sería famoso, sería considerado el escritor revelación y claro, ahora si tendría el ascenso que tanto tiempo había esperado. Todo eso gracias a un relato breve, que lo catapultaría a la fama y al reconocimiento. — Miguel se veía sentado en alguna feria de libro o en alguna prestigiosa casa de libros, firmando su obra. Y respondiendo las clásicas preguntas que se hacen en esos eventos—. La sorpresa al entrar a la oficina del jefe sería otra.

—Buenos días, señor—dijo con aire de seguridad.
—Adelante— su jefe no dejó de leer, casi desconectado del mundo, un pequeño libro que tenía aferrado, como quien se aferra del último antídoto que existe en el mundo. Y Miguel sintió que algo no estaba andando bien ese día—su gran día—. Don Antonio dejó caer el libro sobre el escritorio. Con una sonrisa en los labios y los ojos brillosos, le dijo a Miguel: Hoy he recibido el gran premio que la vida me ha estado guardando todo este tiempo, claro, me lo he ganado con años de esfuerzo, es lo más justo después de todos estos años de leer y publicar sin mayor éxito todas las barbaridades que aquí se han escrito. Levantó en alto la taza de café —unas gotas mancharon si camisa blanca; pero no le importó—. Abrazó a Miguel y le mostró el libro que sería el mayor éxito de la editorial. En letras grandes, Miguel, tienes que mandar que se ponga mi nombre. Y que compren todo el papel necesario. No se parará las impresiones por lo menos en un mes. Decía esto mientras prendía su cigarrillo, y el humo del cigarro desaparecía lentamente como el sueño de Miguel. Regresó a su oficina de toda la vida. La mejor historia de Motivación se le había escapado de las manos. Maldijo una, dos, tres veces…y siempre, cada mañana de todo lo que resto a ese mes tan Surrealista, pensó quién sería el autor y que motivos habría tenido para enviar el relato también a su jefe. Nunca lo supo. Respiró profundo y empezó a escribir su próximo relato. El también había descubierto el secreto de su sueño.

Llegó a su casa, se cambió de ropa, para estar más cómodo. Frente al televisor, veía a su jefe respondiendo las preguntas de la prensa en “la feria del libro”. Apagó el televisor y subió a su cuarto para intentar dormir. Olvidar. Sintió algo debajo de la almohada que fue lo que hizo muy pesado su sueño. Casi de madrugada despertó y prendió la luz. Luz que caía fuertemente iluminando sus ojos. Sonrió, mientras leía el título de un libro pequeño, impreso hace muchos años. Y en un idioma que no comprendía. Solo entendió el título grande, en letras blancas, que decía: EL TIGRE HIRKANA.
H.R.

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