domingo, 13 de septiembre de 2009

Guardián del amor



Ese día llegué temprano para ver mis resultados del examen de selección, como para ir preparando la mente al futuro examen, y claro, dividiéndonos desde el primer día de nuestro ingreso a la academia, sin darse cuenta que era un tontería eso de dividir a gente que aún no se conoce, y que es muy improbable que se lleguen a conocer bien en solo un par de meses en el verano.

La lista era larga, y todos miraban amontonados el salón donde recibirían clases durante los próximos tres meses. Yo preferí esperar un poco que se disipara toda esa masa ávida de saber ubicaciones, y me permitieran así, ya libre de tanta bulla y desconcierto, ver tranquilamente el salón asignado. Por fin quedaron unos pocos y me acerqué a ver. No es difícil encontrar tu nombre, cuando tu apellido es “Rodríguez”, y puede ocurrir todo tipo de combinaciones con el—misma Inca Kola, que con todo cae bien—.La ubicación estaba clara: Salón C2(o sea, ciencias 2), justo a lado del kiosco, ¡excelente!, sería uno de los primeros en salir a comprar al toque del timbre. Ahora tenía que ver los horarios en el mural. Me llevé una sorpresa cuando advertí que mi clase, si precisamente mi primera clase, estaba a punto de empezar. Un joven alto, de corbata roja y maletín ejecutivo estaba entrando en ese momento. —Tenia que ser el profesor—pensé—. Dejé todas mis inquietudes por ese momento y fui a mi salón.

En verano los salones en esas academias están literalmente como los micros a las siete de la mañana—con la diferencia que al fondo, casi no hay sitio—. Ubiqué con dificultad uno de los pocos asientos vacíos del fondo del salón. A lo lejos veía al profesor que hacía un monólogo que supongo sería el de bienvenida. Dejé de verlo y empecé a revisar mi compendio. La carátula era bonita, me gusto mucho el buen diseño gráfico ideado para poner el nombre y la dirección. Pequeño detalle fue no haber tenido en esos momentos un lapicero a la mano. Miré a mi costado y pude ver a un chico hipnotizado por el monólogo del profesor, preferí no pedirle nada. Mejor sería no molestarlo, podría ser contagioso—pensé, mientras seguía tratando de prestar un lapicero en medio de un mar de desconocidos—.De suerte, siempre existe alguien más despreocupado que uno y para consuelo mío también había llegado tarde. Mucho más tarde de lo permitido. Se sentó a mi lado, y no sé porque algo me dijo que sería mejor prestarle atención al profesor, que a lo lejos seguía ahora haciendo ademanes y ya sacaba el plumón para hacer esquemas que no comprendía, y que hasta ahora sigo sin saber.

—Me prestas un lapicero, es que es mi primera clase y no lo sabía— le dije con una honestidad extraña
—Claro, tengo varios, te presto este lapicero violeta—me dijo mientras yo no salía del desconcierto. Tomé el lapicero y puse mi nombre, mientras notaba que ella me miraba. De alguna forma me miraba.
—Muchas gracias, ya que llevaremos el curso me gustaría saber tu nombre—le dije, mientras abría mi cuaderno para tomar anotaciones de clase.

Tomó mi cuaderno y en la hoja de respeto, sin permiso mío, escribió su nombre justo debajo del mío. No me molestó para nada que hiciera eso, al contrario, leí esas letras casi góticas que decían: Marita, simplemente no lo olvides. Cerré mi cuaderno y la miré ahora con más extrañeza. ¿Como alguien a quien recién conozco se puede tomar semejantes licencias, y en una primera clase de verano, poner su nombre mucho más notorio que el mío? No lo sabía y lo único que hice fue mirarla fijamente mientras ponía la mejor de mis sonrisas y le decía mi nombre una, dos veces, para que no lo olvide. Ella sonrió y abrió su cuaderno para copiar la clase.

La clase terminó y todos fueron saliendo hasta dejar ese inmenso salón con unos cuantos alumnos reclamando su carné. Ella se había quedado terminando de resolver unos ejercicios de álgebra. Me acerqué y le dije si quería mi ayuda. Ella me miró como si resolver esos ejercicios fuese algo muy fácil. Después de terminar la tarea salimos del salón. Yo la seguía mientras me contaba sobre su cole, sobre sus amigas que estudian en la otra Pre, y sobre la última canción de moda. Yo la escuchaba con interés, hasta que llegamos al lugar donde tomaría su taxi. Me dio un beso breve y se subió, por más que traté de escuchar no pude saber exactamente a donde se dirigía.

Así pasaron los días en la academia, llegando tarde, rindiendo simulacros, haciendo amigos, resolviendo grupalmente los simulacros, comiendo pan con pollo y tomando helado; así me la pasé todo el primer mes. Ella también hacia lo mismo, pues éramos para ese entonces, ya buenos amigos, amigos que se contaban pequeños secretos, se esperaban, y sobretodo, se querían como buenos “amigos” que ya eran. —y sé que me quería, porque lo sé—.

Un día después del examen me pidió que la acompañe a su casa porque se había olvidado de traer el dinero para el pago de matrícula. Yo la acompañé. En el taxi me contaba como era de desordenada, yo comprendía pues no estaba lejos de ser mi fiel reflejo, decía que siempre es bueno el desorden, que mucho orden la haría sentirse como en Suiza, todo premeditado, calculado, sin ese interés que siempre gusta. Yo le dije que si, que todo eso es cierto, por eso a veces también arreglo mi cuarto, pues en su desorden siempre encuentro un perfecto orden. —ambos reímos, mientras el taxista señalaba que habíamos llegado—.Su casa era todo menos lo que había imaginado.

De diseño vanguardista, pensé por un momento que su padre tenía que ser arquitecto o diseñador de interiores. Visualmente muy agradable. Me dijo que la espere, que no demoraría nada. La esperé sentado en una pequeña banca que habían habilitado para la gente, como yo, que tiene que esperar en algún lugar porque aún no puede ser invitada a pasar, prender la TV, sintonizar el canal de deporte o la CNN y ver que todo el mundo sigue girando sin ningún problema, mientras espera tranquilamente que su amiga baje del cuarto con el dinero del pago.

Mientras la esperaba en la banca, en el segundo piso de la casa de a lado pude ver a un niño de cabellos dorados tomarme una foto. —Tan famoso, no era— me sorprendí, pero lo tomé con agrado. Siempre es bueno tener admiradores. Aunque sean pequeños y estén en el colegio. Por algo se empieza. Miré nuevamente a la ventana y no salió. Hubiera querido que salga para verlo nuevamente y saludarlo, pero parece que me tenía pensada alguna broma pesada o algo peor, así que esperé ya un poco impaciente a Marita, que aún no salía. Traté de relajarme viendo al señor encargado del jardín, que cuidaba con esmero, como si fuera suyo. Finalmente Marita salió. En el camino le conté sobre la fotografía tomada por un niño de unos 6 ó 7 años desde un segundo piso. Ella se reía y no paraba de hacerlo. No me dijo nada sobre el pequeño espía. Por el contrarío, me dijo: Si quieres conocerlo, visítame más seguido.

Así pasaron los días en la Pre, aprendiendo muchas cosas que nunca me enseñaron en el colegio, saliendo a la pizarra, dando ejemplos en verbal, riéndonos de los profesores, y aprendiendo a conocernos más. El encargado del grupo nos invitó a la fiesta de despedida del ciclo. Fue el último mes y todos quisimos ir. Claro teníamos que tener pareja. Le pregunte a Marita si iría a la fiesta, me dijo que sí; pero que solamente si es que yo voy a ir, pues sería muy aburrido ir sola. Su respuesta me entusiasmo mucho. Pues en todo el tiempo de Pre, con un salón repleto de personas, y un sol asfixiante, pues no hay muchas ganas de hacer mayores acercamientos que los académicos.

—Voy a tu casa a recogerte, espérame, estoy a punto de llegar—le dije con mucha dificultad por el ruido que se colaba por la ventana del taxi.
—Pues no demores, Marco, recuerda que “como siempre, llegaremos tarde”
—No, para nada. Si nosotros somos los invitados de honor—reímos— Seguimos riendo y contando detalles hasta que se terminó el poco crédito de mi celular.

Bajé del taxi y fui hasta su casa. La primera que se ve notoriamente, que tiene un lindo jardín muy cuidado y claro, una banca especialmente puesta ahí para esperar pacientemente el rato que sea. Tenía la seguridad que la impresionaría, el olor del mi perfume tendría que hacer su parte, y ese día estaba lo más elegante vestido para la ocasión, que había ya pensado toda la noche anterior. Antes de tocar la puerta decidí descansar un rato en la banquita, no me caería mal el descanso para todo lo que se venía en la fiesta. Pero mientras estaba ahí sentado, pensando un poco, sentí un golpe, al inicio fuerte, luego me sentí mojado. Miré mi camisa y la tenía toda manchada con pintura. —Maldita sea, que pasó, —me dije—. Miré a todas partes, no había nadie. Su padre no podía haber sido, si no me conocía, tenía que haber sido…el niño de los rulitos. Ahí estaba desafiante, mirándome desde su ventana, con otro globo de pintura en la mano. Yo no sabía que decirle, pues simplemente me había malogrado todos los planes. Que vergüenza que Marita salga vestida para que se burle de mí, con la camisa en ese estado y todo de rojo, como algún fanático seguidor de Carlos Marx. No, ni hablar. Tenía que salir lo más rápido de ahí y luego llamarla para poner alguna excusa. Fue tarde para todo eso. Ella salio a su puerta.

—Ja, ja, Marco, que haces con esa camisa en ese estado
—Mientras te esperaba, no lo creerás, pero tu pequeño vecino me ha tirado certeramente con un globo de pintura. Que malos modales. El otro día me toma una foto, ahora me tira pintura. Visitarte realmente es interesante, pero no muy divertido, salvo que tengas ropa descartable en casa.
—Agustín, es así, ya lo conocerás más. En realidad es un buen chico. Solo lo hace porque tú no le das la confianza
—Como puedo tener confianza con alguien que no conozco y encima me tira pintura. No pues, Marita, no te pases.
—bueno, mejor pasa. Que parado así te vez muy gracioso. Y la gente no tarda en pasar y te verá salpicado de pintura.
—bueno, bueno…está bien. Tú ganas, pero que sea la última de tu vecino. Que en bromas pesadas nadie se atreve a meterse conmigo. —Lo dije sarcásticamente—.
Ese día la fiesta no me tendría como invitado de honor. Tampoco a ella. Nos quedamos en su casa viendo películas mientras me mostraba sus cuadros más recientes. Me gustaron mucho, tenía talento, hacía lo que quería. Y lo hacía por el gusto de hacerlo. Mientras en su mesa los libros y hojas me decían que también era responsable con la academia. Difícil es saber como ordenaba sus cosas. Como ordenaba sus ideas, su vida misma, solo ella lo sabía. Y fuera de la forma que sea, lo hacía muy bien. Yo trataba de hacer las cosas bien, pero la vida me respondía de golpe, fríamente con un golpe por la espalda.

Me contó del vecino muy singular que tenía. Cuando era más pequeñito una vez le dijo que ella era como su novia. Que siempre debería de quererla, y él le había prometido, a su corta edad, que la cuidaría siempre de todos los pretendientes, que según él, le quieran hacer daño. Que siempre la consolaría cuando esté triste, le haría dibujos y desde su ventana le prepararía la mejor de sus sonrisas. Esperaría con globos, balines, paletas, pelotas de básquet y más a cuanto chico se apareciera por su puerta. Ahora comprendía un poco como funcionaba la lógica oculta de esta singular historia. Parece que tenía ante mí, a mi pequeño rival. El celoso guardián del amor de Marita, que no dejaría pasar la oportunidad de recibirme con globos y pelotas de tenis lanzadas desde lo alto, en cuanto este cerda de ella; de su querida vecina, de su “novia”, de la persona que había prometido cuidar de todos los malos, de todos los que tenían mi edad o que vistan como yo. Todos los que por alguna razón, que no le interesaba conocer, querían algo más que amistad con ella. Ella nunca le decía nada, solo lo premiaba con un besito en la mejilla, mientras él le obsequiaba sus mejores dibujos que a esa edad un niño puede hacer. —A esa edad, yo pensaba en ver dibujos animados.

Fue un día en la noche, en la banca de su casa, estábamos sentados conversando sobre todo los tiempos juntos en la Pre, sobre nuestros gustos tan parecidos, en fin; sobre lo que sería nuestra amistad luego de terminar la academia. Algo me dijo que tenía que avanzar un paso más. Y lo hice. Tomé su mano, pequeña y delicada, para sentir que podía dar un paso más. Ella no me la retiró y tocó mi rostro. Inclinó el rostro en la posición que en las novelas se dan los besos. Antes de eso, pude con la complicidad de la tenue luz del faro del parque, ver sus lindos ojos verdes, sus labios pequeños, sus cabellos que siempre olían muy bien. Muy guapa para poder resistirse, me acerqué para besarla. Y fue uno de los besos más calidos y tiernos que en mi vida había dado. Con amor. Con los ojos cerrados pensaba en todo lo que habíamos pasado, en la última salida al cine, en que lo único que me gusto de la película fue que coloque su cabeza en mi hombro. En nuestra primera salida. Y ahora, en nuestro primer gran beso.

Saqué mi mp3 y seleccioné una canción de manera aleatoria. Justo tocaba la canción “Ángel” de Robbie Williams. Tomados de las manos nos seguimos besando mientras la música formaba el espacio y tiempo perfecto. Fue una gran noche, tenía una novia a quien quería mucho. Algo me hacía pensar que también ella me quería con igual intensidad. Todo salió fantástico, mejor que planeado. Pero lo que vendría después sería como el segundo globo de pintura, ahora literalmente de frente, y en la cara.




Justo cuando me despedía de Marita, apareció alguien pequeño, que dejé pasar sin importancia, mientras me despedía de ella, sentí un fuerte empujón que aprovechando que estaba mal parado me hizo caer por los arbustos, mientras me gritaba y me decía que me aleje, que con que derecho vengo a buscar a su novia a esas horas, y si eso fuera poco, me decía que es cinturón verde de Karate, y que lo es, porque simplemente lo es. —A menos que quieras ponerme a prueba—me decía—. Ahora muy seguro de si mismo y parado ahí, delante de Marita que no sabía que hacer.

—Es mi novia—me dijo
—No le hagas nada—le dijo Marita, tomándolo de la mano.
—Que me vaya, eso es difícil—le dije con voz firme. Para que sepa mi lugar.

Pero rápidamente decidí abandonar esa postura. Noté algo en su voz, ahora era diferente, también su forma de hablarme, era un niño, un niño bueno y ahora ya no me amenazaba, por el contrario veía a Marita tiernamente, le tomaba las manos y pude notar claramente, que en sus ojos ahora tenía unas incipientes lágrimas, que segundos más tarde se precipitaron hasta mojar su polo de “Los increíbles”. Me sentí mal, por todo lo que había pasado, claro, no era culpa mía que el niño viera esa escena. Pero tenía que ponerme por algún momento en su lugar. Ahí no terminó todo. Ahora lloraba, y lo hacía de una forma muy conmovedora. Tenía en la mano un pequeño dibujo con un corazón pintado con témpera. —Cualquiera se hubiera quebrado, yo seguía resistiendo—. Ella me miraba, esperando que yo le diga algo. Eso no paso. Tomó su pequeña cabeza y la acercó a la suya, mientras sus manos tiernas lo calmaron. Le dio un beso en la frente, y le pidió que sea bueno, que esta feliz que el la cuide. Pero que ya no es necesario. No por ahora, porque ella está segura que la persona que tiene al frente no le hará daño. Que también la quiere. Y que no está molesto por la camisa manchada. —cosa no tan cierta—. El ahora sonrió, volteó y me miró diferente, como solo se podría mirar a un amigo. Al amigo que ahora juega con el en sus recreos, al que pinta junto con él en su cuarto, al que juega play station hasta el cansancio en su sala y cuando lo ve pasar por el colegio dice orgullosamente: miren ese chico que ven ahí, ese mismo, es amigo mío, y yo le gano en el play station. Al amigo que ahora tiene. Que soy yo.


Los simulacros se volvieron más intensivos, estudiamos juntos, pasamos muchas malas noches, finalmente ingresamos a la universidad. Y obviamente, terminamos la Pre. No pensaría que también con la Pre terminaría el más hermoso y grande noviazgo de estos últimos años. Como olvidar la última vez que nos besamos en Huanchaco, mientras nos reíamos del turista colorado, que nos tomaba una foto del recuerdo. Como olvidar que me compraste toda la ropa, y yo compré la tuya, cambiaste mi peinado y yo logré hacer que uses pantalones pitillo, aprendimos, jugamos, nos divertimos muchísimo. Fui infinitamente feliz el día que aceptaste ser mi novia. Y fui infinitamente triste, el día que terminamos. Me enseñaste quién era Salvador Dalí. Yo te enseñe quien era Saramago. Me regalaste muchos momentos divertidos. Y ahora, justo ahora, que te quería tanto, y tú también, tenemos que estar distantes, tenemos que separarnos. Después de todo soy muy feliz de haber conocido a una persona como tú. Que sin querer, me ha cambiado la vida. Y para bien. Mientras cierro los ojos y sueño con tus ojos verdes, tu sonrisa, el olor de tu pelo, tus manos jugando con mi cabello, y siento la arena mojada de la playa. Playa de mis sueños.

Han pasado ya tres años. No nos volvimos a ver desde esa vez. Pasé por tu casa un día de casualidad, el parque ahora esta mucho más hermoso que antes, el diseño vanguardista de tu casa no ha cambiado, el jardinero que me saludó amablemente, tampoco y la banca sigue en el lugar de siempre; la ventana de ese “principito que cuida su rosa desde su ventana”, sigue ahora camuflada, llena de dibujos. Desde abajo puede ver que sigue regalándote muchos. Muchos buenos dibujos, y supongo que también tu seguirás regalándole muchos besitos, mientras tiernamente le dices que se porte bien y que haga las tareas. Que siempre será tu príncipe, y que siempre lo querrás mucho. —Como en algún momento, también me decías a mí—.Regresé a casa calmado, tranquilo de haber recordado el lugar. Ver todo el recuerdo ahí presente.

Un día decidí volver a verte, recuperar toda tu amistad, poder volver a recordarte que te quiero. Que ya es tiempo de continuar lo que había empezado un cálido verano. Tomé el primer taxi que pasó por la universidad y salí para tu casa. En el camino me sorprendió la idea de que una chica tan linda, en tanto tiempo ya tuviera enamorado Bajé con cierta preocupación, con resignación de verte de la mano de algún chico, que pretendientes nunca te faltaron, pero no. No pude creer lo que vería esa tarde.

Paso rápidamente por mi lado un chico de mi edad, con la camiseta del Real Madrid totalmente manchada de azul, maldiciendo, y colorado por la vergüenza de ser visto. Entonces comprendí lo que sucedía. Aproveché para reír todo lo que quise, recordando que también alguna vez alguien desde lo alto me había tirado pintura. Mis ojos se llenaron de emoción ante la gran posibilidad que ella esté sola. Entré al parque, me senté en la banca mientras el sol fuerte de verano me impedía ver arriba. Con dificultad lo hice y ahí arriba estaba mi amigo, si ahora éramos amigos, como siempre lo fuimos desde ese día. Con Mascará de hombre Araña y un balde de globos azules en la mano, me saludaba con unas sonrisa. Una sonrisa muy tierna, una sonrisa de amigo. Como la personita que ha cuidado de Marita todo este tiempo, como le ha prometido, y ahora me mira desde arriba muy contento. Tan contento como cuando me gana los partidos de fútbol en el play station, y aprieta mi mano con toda la fuerza que tenga. Como todo un caballero, Así es mi querido amigo. Que un día comprenderá todo lo que siento, y que ahora orgullosamente aleja todo mal chico de mi novia. Porque es mi novia. Y ella lo sabe. Como tantas veces lo supo, desde siempre. Sobretodo ahora que nos hemos vuelto a ver. Que vemos las últimas películas en 3D, que me regala pinturas y yo le regalo libros. Y también ahora lo sé, con seguridad, porque ayer he recibido otro globo rojo en la espalda. Y comprensivamente reímos, ante la atenta mirada de mi peculiar amigo.


Harold R.




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