viernes, 19 de marzo de 2010

EL PROTECTOR



─¿Te gusta tomar, no es verdad?
─Poco, no tanto como en realidad creen.
─¿Pedimos más trago, o por ahora está bien? ─le dije con la voz cansada.
─No, déjate de joder, pide una última. Estamos en lo mejor de la conversación…
Sabía que ya no debía pedir un trago más, pero se presentaba un dilema: si pedía otro trago el sujeto al que quería sacar información seguramente cruzaría esa delgada línea que lo separa de la realidad y hablaría tonterías y en ningún caso lo que yo quería escuchar; si no lo hacía, se pararía, me diría una grosería y se largaría para no volver a verme nunca. Tengo que reconocer que encontrarlo en este bar fue una coincidencia, que ya no se repetiría nunca más.


A los dos minutos el camarero ya había servido dos vasos más de trago, que no era barato y poco a poco me venía dejando tan pobre como si hubiera sido víctima del más cruel de los asaltos. Ya sin efectivo, pasé lentamente mi tarjeta y marqué mi clave discretamente.


─!Que pendejo, cómo vas a poner de clave: “2222”!
Luego se tomó el poco licor que aun quedaba en el vaso. Con la mirada distraída y las manos trémulas, se puso en pie y se acercó hasta mí, su olor a trago me causo asco─yo también había tomado varias copas─, fue como que me hablara al oído, como para contarme algún secreto, tal vez para contarme lo que yo había venido a averiguar esa noche


─Eres un cojudo, cambia tu clave porque está muy fácil, luego no te quejes si un día un hijo de mala madre te la roba y se mete una bomba espectacular con ese dinero que dices te ganas tan honradamente ¿Qué carajo será ganarlo honradamente? Igual cuando compras algo nadie te pregunta como diablos te ganas el dinero. Se paró de golpe se alejó y salió por la puerta estilo viejo oeste. Lo hubiera seguido pero me quedé estático, paralizado, tomando lentamente lo que quedaba en mi vaso, tratando de no pensar en nada, nublado por el olor a cigarrillo y alcohol del lugar.


Cuando metí la mano en el bolsillo del saco noté que faltaba mi tarjeta de crédito. “Borracho hijo de puta”, pensé en voz alta. Unos segundos después ya estaba tras el borracho. Pensé: “este cabrón no puede ir muy lejos, de seguro que solo ha cambiado de Bar, de seguro que está en Lobo azul”. Tomé un taxi y salí resuelto para encontrarlo en ese Bar, mucho más peligroso que el anterior, frecuentado por delincuentes de cuidado y gente que ha está dispuesta a dejar la vida en algún gran robo o secuestro. El taxista me dejó dos cuadras antes del lugar. “No compadrito, yo no entro más, estás loco luego quien me regresa el carro”. En cuanto bajé pisó el acelerador y se alejó como si hubiera perpetrado un crimen, una fechoría, con la maestría del más avezado delincuente que se burla de la policía y los ridiculiza con sus amagues y con su forma de salir del peligro. Fui afortunado de haber bajado salvo de ese taxi. Miré mi reloj, era casi la media noche.

En la puerta de entrada un tipo de rostro intimidante, con gafas oscuras, me detuvo el pase, como si aquel bar fuera una exclusividad, y su ingreso estuviera reservado solo para aquellos que burlan la ley y hacen lo que se les viene en gana para aterrorizar a una ciudad que con su sola presencia ya es terrible, ya es peligrosa.

─¿A quién buscas? ─me dijo el tipo de la seguridad, pude ver que tenía una estrella tatuada en la mano, como en las películas de policiales. Tenía todas las ganas de no dejarme pasar.
─Busco…a un tipo que me ha robado, y que estoy seguro que está en este bar.
Lanzó una breve risa, luego me sujeto del brazo con fuerza, para mostrarme que tenía poder para decidir quien pasa y quién no.
─Me ha robado, no entiende, un borracho, en el otro bar de “Taberna FB”, vamos, déjeme pasar, le prometo no causar disturbios, si no está pues me voy y no pasó nada.
─Tal vez se pueda solucionar de otro modo, haber si usted colabora─me dijo mientras ajustaba el arma a su cinturón.
─Solo me quedan $20, amigo, es lo que tengo.
─Pasa, no me conoces. Y cuando digo que no me conoces, no me conoces o si no te buscaré hasta en el puto infierno y te llenaré de todas estas putas balas que tengo aquí cargadas y que si supieras las ganas que tengo de metérselas al primer cabrón que se ponga malcriado o valiente en este lugar, me comprenderías. Terminó su frase y me dio una palmada en la espalda.


“Negro, cabrón de mala entraña, que te jodas” ─pensé─. Lo que vi dentro del lugar fue algo a lo que ya estaba acostumbrado. Y a diferencia de otros bares que había frecuentado en mis inicios, este era mucho más tranquilo, todos parecían gente decente. No era lo que yo tenía en la cabeza, lo que había visto en las películas compradas en lo de “Tonys”. El borracho no había por ningún lado. Me senté en la barra y pedí el mismo trago que pedí en el otro bar, en todos a los que frecuentaba últimamente. Me pasé buen rato pensando que debía estar loco para llegar a ese lugar buscando a un borracho de mierda que de seguro no estaba ahí, y que mi vida pendía de un hilo. Sentí ganas de usar el servicio higiénico, era de primera, todo limpio, todo en orden. Me estaba mojando un poco la cara cuando en el espejo se reflejó la imagen del borracho. Voltee de golpe, estaba parado justo a mi lado, con la mirada ligera, distraído como de seguro se habría pasado toda su vida.


─Hola, Martín, pensé que ya no te encontraría─me dijo con una maldita frescura.
─Yo sí pensé que nos encontraríamos. Y justo esta misma noche.
─No jodas, uno ya no puede cambiar de bar un rato, ya pensaba regresar al otro, encontrarte ahí y seguir la conversación…porque en eso estábamos.
─No, ya no. La conversación ha terminado. ¡Quiero mi maldita tarjeta de regreso!
─La puta que me pario, hombre, busca en bien en tus bolsillos.


Pensé pegarle un golpe justo en la nariz. No sé como metí la mano al bolsillo, para simular que le hacía caso y luego sacar desde ahí el puño violento hasta su cara. Dejarlo en el suelo, salir lo antes posible de ese maldito lugar, dormir un par de horas, despertarme temprano, tomar una buena ducha, pensar que esto no ha pasado; ir al primer banco que abra en la mañana y anular mi tarjeta de crédito.


─Vamos, hombre…busca, mete la mano al bolsillo, eso pasa, los bolsillos son tan grandes que las cosas se esconden ahí, y luego uno las encuentra en el momento menos pensado─terminó de decir esto y retrocedió dos pasos.


Metí la mano al bolsillo de mi saco, vaya sorpresa, mis dedos tocaron la estructura rectangular y plastificada de la tarjeta. Pensé: “este cabrón me la ha puesto mientras me lavaba la cara. Me la ha vuelto a hacer”.

Ya no tenía razón golpear a este hombre, tal vez lo de la tarjeta tenía que pasar para poder encontrarlo nuevamente, era solo como un descanso, como un breve momento de relajamiento y de cambio de escenario. Ahora estábamos en una mesa, la más alejada, la más discreta del bar, desde ahí se podía ver a los demás hablando cosas, escuchando esas cosas, planeando golpes a empresarios o gente de negocios. Todo en la discreta calma y privacidad. Todos de traje, con joyas y chicas guapas que rodeaban sus mesas. Yo con un puto borracho en la mía, tratando de averiguarle algo muy importante.


─Ya déjame de joder, Martín─me dijo el borracho, acomodándose la corbata gastada y sucia que traía.
─Trataré…no sé si pueda. Sería más fácil si la terminamos de una vez, si me dices por qué me mandaste ese mensaje, el martes por la media noche. Si me dices porqué me quieres proteger, si no tengo enemigos, si no tengo amigos que luego se conviertan en potenciales enemigos; si no te conozco, ni tú a mí. Sí no estoy tan loco como tú.
─Yo no estoy loco, yo solo te protejo.
─No quiero que me sigas mandando mensajes a mi casa. No quiero que me protejas de nadie. Sigue con tu maldita vida, toma lo que se te venga en gana, pero a mí, hazme un favor, ya no me jodas más. No te conozco, no existes. Esta mierda de lugar no existe. Yo debería estar en mi casa, jugando algo desde mi celular o mirando alguna película, y no contigo. Yo no debería haber venido hasta aquí, si quieres gástate todo el puto dinero de la tarjeta─se la tiré a la mesa─pero por Dios, ya déjame vivir tranquilo. Yo no estoy en peligro.
─Tú crees que decides tu suerte, tu vida. Ten cuidado, podrías estar equivocado…─me dijo llevándose las manos a la cara.
─Vete a la mierda, borracho del carajo.


Me paré de esa mesa y salí presuroso, molesto, con bronca por haber perdido tanto tiempo con un tipo que no conocía, y que tampoco quiero conocer. No sabía exactamente para que fui hasta ese lugar. Al salir ya no estaba el de la seguridad, me sentí aliviado por eso, por no verle la cara y recordarla de camino a casa. Caminé una cuadra para tomar un taxi, desde la ventana del taxi pude ver relampagueantes las luces del cartel eléctrico de “Lobo Azul”, y colapsando, intermitentes, quemándose, en breve ya apagadas.



Entré en mi biblioteca personal, todo en orden, todo puesto justo en su lugar, una mesa contra placada especialmente diseñada para un alto ejecutivo como yo. Prendí la computadora, y me puse a leer la versión digital del diario más prestigioso del país, el de más credibilidad, el mío. La noticia resaltante era: “muere prestigioso empresario en bar de los suburbios, se desconoce motivo que lo llevó hasta ese lugar; la policía se encuentra investigando el caso; más detalles…en breve”. Dejé la computadora inactiva mientras fui por una bebida. Cuando regresé tenía un mensaje nuevo, lo abrí, era breve, me había escrito un tal “Protector”, decía: “…usted podría estar equivocado”.


Mientras seguía leyendo las noticias veía que las descripciones, hora y lugar, eran justo las que había estado en ese bar, luego vi a algunos de mis familiares entrevistados por los reporteros. Vi la escena del crimen: en una mesa del fondo, un cuerpo acribillado por las balas, un vaso con un poco de licor, una tarjeta de crédito en medio de la mesa, un hombre que decía: “yo le dije que estaba en peligro”. De pronto fijé la vista en la cara del hombre. Estaban entrevistando al borracho.


“Maldito borracho hijo de puta, que se joda. Que se joda bien, que no se dan cuenta que yo estoy vivo. Yo estoy vivo y no necesito de su protección”, grité lo más fuerte que pude. Fui hasta una mesa justo al lado de la piscina, con la luz tenue, con la laptop, que seguía actualizando los datos, con la entrevista al borracho. “Yo le dije que tenía enemigos, yo traté de protegerlo, estábamos en la mesa, el me tiró esta tarjeta de crédito, yo no quería su dinero, yo quería protegerlo…”, pensé: “protege a tu hermana, cabrón”. Mientras apagaba la laptop, saqué mi tarjeta de crédito, la tiré justo al medio de la mesa…luego se escuchó un disparo, mi camisa francesa se fue manchando de sangre…lentamente fui cayendo sobre la mesa, sintiendo que la vida se me espacaba, que de pronto esa vida de lujos ya no sería más la mía, y los miles de dólares de la tarjeta dorada ya no los podría gastar. Con las manos trémulas tomé la tarjeta y le di un beso…una mano me tocó el hombro, luego alguien me dijo: “después de todo, algún día tenía que ayudarte. Todo este dinero te dañaba, te hacía una mala persona, un sujeto vil, malvado, egoísta. Tengo que protegerte". Luego, este hijo de perra me siguió lanzando más tiros.


No pasó mucho hasta que este infeliz fue atrapado por la policía. Jamás fue a la cárcel. Loco, el hijo de perra se declaró loco, y creo que lo estaba para matarme de la forma como lo hizo, tal vez olvidar sea un buen mecanismo de defensa, igual, la gente ya lo ha olvidado; yo no puedo, cuando uno está muerto tiene toda la eternidad por delante para pensar las cosas con mucha calma, para recordarlo todo.


Desde dónde estoy puedo ver como todas las noches antes de dormir, el asesino se repite la misma frase: “tengo que protegerme, tengo que cuidarme de un hijo de puta que me quiere matar y quitarme todo mi dinero”. Luego saca una tarjeta de crédito vencida, la besa y se queda dormido. El enfermero del sanatorio lo observa desde la mirilla.


Harold Rodríguez

miércoles, 10 de marzo de 2010

ARIANA




─¿Cómo puedes olvidarte de todo lo que pasamos, así tan fácil, Mark?
─No puedo, he tratado de hacerlo, solo consigo recordarte más, y eso me daña. Y me hace mucho daño el sonreír para ocultarlo a mis mejores amigos, y especialmente a los que no lo son.
─Me gustaría que esto no terminara así, Mark. Hubiera sido mejor terminar como amigos, tal vez vernos más seguido, para conversar de temas divertidos, para que te cuente lo que me pasa en estos días, para pedirte una vez más que hables así como tú sabes; como me gusta. Tantas cosas….
─ Veo que tú siempre sabes lo que es bueno, malo y lo que no se debería decir. No cambias. Y aun así, no te dejo de querer; porque, al igual que tú, tampoco he cambiado mucho, ni estoy dispuesto a hacerlo por quedar bien contigo, pues te diré, contigo he tenido que ser alguien que yo no soy. Mejor dejarlo ahí, ya no des más vueltas, Ariana.
─Haber, dime si aun me quieres. Si aun te emocionas cuando sabes que te llamaré en las noches, luego de ver ese programa dominical que tanto me gusta, para decirte cosas seriamente frívolas, para no decirte muchas cosas, tal vez solo para escucharte unos breves minutos antes de dormir. Y dormir pensando que en otro lugar, en otra cama, alguien también está pensando en mí.
─Eres un egoísta, siempre piensas en ti, no es buena idea seguir esta conversación. Sabes, tengo que hacer labores.
─No te vayas, amor. Comprendo que estés molesta, tal vez no soy tan bueno como me hubiera gustado ser contigo. No tanto como te lo merecías, o como no te lo merecías. Quiero que me digas, si acaso, ya no me quieres como antes. Sí ya no me puedes disculpar por ser egoísta y pensar en mí, dejarte de lado y no hablarte todo este tiempo.
─Está bien. Te lo diré…
─ Mark, tal vez ya no te quiero como pensaba. Te quiero, pero no como tú a mí, no de esa forma, no como antes. Te quiero como mi mejor amigo, como cuando era una niña un poco distraída, con muchas ganas de hacer locuras y escribirlas.
─No quiero ser tu amigo. No me interesa tu amistad, si esta me limita, si la misma amistad que tanto valoro no me permite ser algo más que eso: tu amigo y solo tu amigo, ocasionalmente tu mejor amigo.

La conversación siguió prolongándose y repitiéndose infinitamente hasta terminar con las últimas digitaciones de Mark, golpeando con fragilidad el teclado; digitando lentamente los últimos caracteres que leería Ariana, muy triste, a punto de llorar, esperando que por fin su “amigo” terminara de escribir, y que no se quedara con ninguna frase. No esa noche, ya no era necesario ocultarla bajo la sonrisa de siempre, la sonrisa que más le gusta.


Dos segundos después de digitar su mejor y última frase. Mark sabía que Ariana ya no sería más su novia. Apretó los dientes para no llorar. De pronto recordó demasiadas cosas, muchas más de las que le hubiera gustado recordar, tal vez sí, ir de a pocos, y volver a empezar cuando sienta que el tiempo se las va robando, borrando, difuminando en pequeños recuerdos demasiado buenos para haber pasado a la vez. Y lo mejor es olvidarse de Ariana.


─Tengo que salir, que estés bien. Estoy segura que ya estarás feliz. Y si nos volvemos a encontrar en algún lado, quiero que sepas que siempre, siempre…seremos amigos.


Ariana no cerró su correo. El ícono verde seguía ahí, firme, indiferente, como si de pronto fuera a escribirse una próxima frase. Mark esperó toda la madrugada, los ojos le ardían, tomó un libro que Ariana le había regalado, se quedó leyéndolo hasta la página número 13. Fue hasta su cama, siempre sin perder de vista los cambios en la ventana del MSN, siguió leyendo…cerró el libro de golpe, se tendió en la cama, lo vio todo nublado, borroso, pensó en Ariana. Se durmió.

Cuando Mark se despertó, tenía los ojos rojos, la vista se le fue aclarando lentamente, su computadora estaba prendida, no recordaba haberla dejado así. No está bajando ningún archivo, tampoco está jugando a cosechar vegetales, frutas o conseguir puntos en Farm Ville; no ha dejado algún relato pendiente en el escritorio. No ha cerrado su MSN.


Mira a su alrededor, su cuarto está ordenado, la cama con su habitual desorden, el libro que compró la noche anterior en la librería permanece sellado sobre su cama, lee el título y siente curiosidad por leerlo, como si lo hubiera dejado en un punto interesante, como si supiera de qué trata, pero no puede abrirlo porque es un regalo para su mejor amiga. Para su sorpresa aun trae los zapatos puestos, se sienta frente a la computadora y se da cuenta que: no ha terminado su trabajo de proyectos, no ha llamado a Danna, su mejor amiga. No ha terminado el relato que dejó en Word el día anterior, ni piensa hacerlo. Mientras se cepilla los dientes siente el sabor de un beso esquivo en la boca, perdido en las antípodas de sus mejores sueños; sueños en los que suceden las cosas que no le ocurren tan seguido en la realidad.

Mark se sienta en la silla giratoria, abre el cajón de su escritorio y encuentra una bebida gaseosa, una inka-cola, digita al tacto su clave y toma un poco más de gaseosa. Cuando el ícono deja de girar y se pone verde, de pronto le aparece un mensaje, alguien que no tiene en su lista de contactos le ha escrito un relato que empieza con un diálogo que dice: “¿Cómo puedes olvidarte de todo lo que pasamos, así tan fácil, Mark?”. No es un relato común, de pronto se reconoce en el personaje, y va recordando todo, cada cosa, cada detalle, el relato no está completo, le falta el final. Termina el relato como le hubiera gustado, cosa que se permite solo en sus relatos. Cuando terminó el relato y lo estaba leyendo nuevamente, de pronto apareció una ventana que decía:

─Hola, me llamo Ariana. ¿Tú escribes relatos, cierto?

Dos segundos después, Mark estaba seguro que, a diferencia de otras veces, no había soñado con una extraña.


Harold R.

martes, 2 de marzo de 2010

NO CONFÍES EN LO QUE TE ESCRIBO




Lo cobarde es que no me hayas dicho que ya no quieres salir conmigo. Lo valiente fue decirte que tampoco quería salir contigo esta noche. Después de todo, ya no somos tan amigos y creo que a pesar de no vernos tan seguido, como me gustaría, no has cambiado mucho. Tú eres engreída y cuando lo quieres puedes ser tan mala como me gustaría que lo fueras con los demás, con los que quieren ser tus novios, pero no conmigo. Yo soy un poco malo con los demás, pero contigo soy la forma más exagerada de mi parte buena, de mi lado humorístico y amable. Y tal vez por eso fue mejor no salir juntos esta noche, quedarme en casa y ver el partido de “Sporting Cristal vs Universitario” tomando una coca-cola y hablando temas ligeros con mi amiga Natalia. Mi amiga, que también es tu amiga salvo que lo hayas olvidado, tal vez es mucho más linda que tú. Tal vez más bonita y de ojos más iluminados que tú. Pero yo no la quiero como te quiero cuando no te veo y me paso extrañándote toda la noche hasta comprender que te quiero bien. Natalia no me quiere porque no se le da la gana de ser nada mío, y respeto eso, y tampoco me interesa ser más que su amigo. ¿Te dije que te quería más que a Natalia, cierto? Sí, lo dije. Y te lo diría todas las veces que tú me lo pidas o que tenga que decirlo, porque es verdad. Y a ti, a diferencia de otras personas: no te mentiría.


Manuel es un chico alto, amante de las salidas de fin de semana, chacota, playero y skater mezclado con un toque Emo (si aquella combinación puede existir en una misma persona), 22 años. Mirada irónica; una carrera de Derecho en la UPN. Mi mejor amigo. Tu ex.
Natalia es la chica más linda que he conocido en mi calle. Nunca fue mi amiga cuando éramos niños, porque al igual que ahora, no se le daba la maldita gana de ser nada más que mi amiga y solo mi amiga, y lo respeto y por eso la quiero y la considero una de mis mejores amigas. La más honesta y la más buena ─ dependiendo de lo que la motive a hacer las cosas “bien”─. Con una carrera por terminar en la UCV, mi psicóloga preferida. Profesora en Técnicas Americanas. Ojos gitanos. Cabello castaño. La chica que considero mi amiga y solo mi amiga. La chica con la cual estoy saliendo porque somos amigos. Y porque sé que con ella no te podría traicionar, ni engañar, y con seguridad así salgamos muchas veces sé que siempre la amistad prevalecerá y tú serás la chica que me motiva y me hace seguir escribiendo y leyendo y haciendo muchas cosas interesantes.


Esta noche, a diferencia de otras noches en que te llamo al salir de clases, no he tenido ganas de verte. No sé, simplemente quiero que entiendas que a veces me gusta despertarme tarde, leer cuatro horas seguidas unas novelas que tú siempre consideras “malazas” y que yo considero “malazo” que no te animes a leerlas conmigo; que sepas que tampoco me gusta ir a la playa y que a veces me gusta estar solo para volver a extrañarte. Decirte esto me parece lo más cobarde y valiente que he escrito en estos últimos días en que no me has leído, no porque ya no te guste como escribo, si no, porque también estás saliendo con Manuel. Lo sé porque ayer te he visto entrar con él a Cinemark. He tenido tiempo de observarte mientras compraba en la confitería; pues tú sabes que, a veces, me gusta ir al cine solo. Y después de todo, si me volvieras a preguntar si te quiero, te diría: “No, ya no te quiero”. Y sería una respuesta muy relativa pues sé que la misma podría cambiar en la medida que pasen los días.


Después de escribir todo esto sé con seguridad que debemos estar juntos. Por lo menos los miércoles como hoy, en los que tengo dos entradas y Manuel ninguna.


Harold