domingo, 13 de septiembre de 2009

La Biblioteca

Todos estos últimos meses he estado tratando de armar una biblioteca. En mente he tenido siempre el tener una biblioteca ordenada, pequeña, precisamente pequeña, para que pueda estar en orden—que tanto me cuesta— con los títulos de mis escritores favoritos, que se han sabido ganar mi respeto y el reconocimiento de los lectores. Tengo todo lo necesario: el espacio adecuado, la disposición a hacerlo, y los libros. Todo tendría que salir bien. Pero, hay algo que no había considerado. Y que se ha convertido en la más fuerte amenaza por estos días, en los que he sostenido una lucha feroz, literariamente feroz, contra seres infinitamente más pequeños que yo. Pero que irónicamente tienen la misma pasión: el gusto por los libros.

Fue toda una tarde de trabajo, por fin tenía todos los libros en orden. Ordenados según categoría. Cada título tenía un lugar muy especial. Desde lejos podía ver como todos juntos, formaban una suerte de anaquel del saber, de lo que había elegido voluntariamente saber. Era mi biblioteca. Yo tenía la seguridad que esos libros no serían cuidados de mejor forma que la que había dispuesto para ellos. Y me pasaba las últimas tardes de mis cortas vacaciones recordando sus historias; historias desde las más increíbles hasta las más obvias; pero no por ello, menos divertidas. Todo tipo de historias se juntaban para hacer una gran obra, por ahora pequeña. Esta era: mi primera biblioteca.
Un lunes de noche fría y silenciosa, justo cuando terminaba de leer “Y de repente, un ángel” cuando me dirigí a poner el libro en el lugar indicado para este tipo de novelas. Sentí algo raro, unas pequeñas hormigas caminaban por mi mano, entonces pensé: habré dejado, sin darme cuenta algo de comida en algún libro, será mejor que limpie los de esta zona. Pero de casualidad tomé el libro de Santiago Roncagliolo “El príncipe de los caimanes”, y al abrir el libro al azar, pude ver con sorpresa y asco, que la página tenía un pequeño agujero, tenía un piquete mortal, no precisamente de los que recibió algún buscador de caucho en la selva peruana, si no precisamente el que despiadadamente le había dado una miserable polilla. —Te encontraré y cuando te encuentre: te mataré, maldita—me dije, con la certeza de que la encontraría, así tenga que buscar en todos los libros, y no dormir en toda la noche. Ese día seguí buscando en los demás libros; cansado por el sueño, desistí de mi búsqueda —pero solo por ese día, solo tomaré energía para encontrarte mañana, malvada—pensé, en mi cama, mientras apagaba el mp3 para finalmente dormir. Mientras intentaba hacerlo en mi mente maquinaba los planes para poder capturar a este peculiar insecto, tenderle una trampa letal, o esperar pacientemente que regrese, llamada por el irresistible olor de los libros nuevos— Olor que tampoco puedo resistir, pues me encanta oler mis libros en cuanto les retiro el plástico de la tienda. Tal vez no seamos tan diferentes después de todo. Me quedé dormido.

Pasaron tres días, de inútiles esfuerzos por capturar a este insecto que despiadadamente y sin la menor modestia, se comía tranquilamente mis libros, mientras yo dormía. Pero ahora fue distinto, desperté de madrugada, me senté a leer el último libro de Gustavo Rodríguez, cuando de pronto, me sentí tentado de ir a la biblioteca, abrir un libro al azar y encontrar al animalito. Fue lo que hice. Fui al cuarto de la biblioteca, tomé cualquier libro, nuevamente por azar, y ahí estaba: era pequeña, muy pequeña para los agujeros que hacía. Nuevamente había hecho un pequeño agujero a mi libro, justo en la mejor caricatura que Carlos Carlín había hecho por esos tiempos para describir al Perú, que siempre puede resultar un chiste, donde sus mejores actores son las personalidades del gobierno. Nuevamente había atacado, ferozmente, cobardemente, aprovechando el silencio cómplice de la madrugada. Pero ahora eso tendrá que terminar: ¡Ahora me la pagas, insecto maldito! Por haber tocado lo que más quiero, por haberte malogrado dos de mis libros favoritos, uno de los cuales aun no termino de leer. Ahora verás lo que te pasará, malvada—pensé esto mientras sonreía y contemplaba, como inútilmente, el pequeño bicho, trataba de escapar—Este libro será el último que te comes. ¡Hasta nunca, querida enemiga! Le dije mientras cerraba fuertemente el libro. Con la seguridad de matarla, de convertirla en lo más cercano a una mancha de tinta. A una página mal impresa. Abrí el libro nuevamente, deseoso de ver cumplida mi venganza. Pero la pequeña polilla no estaba. Había escapado, no sé como lo hizo, pero no estaba.

¡Te he dejado vivir un día más, solo porque no quiero manchar mi libro con tu sucia materia! —le grité mientras subía a mi cuarto. Las ganas de haberla matado en ese instante no me dejaron dormir. Tendría que elaborar otro plan, no podía cometer la locura de tirar esos aerosoles o poner esas pequeñas bolitas de naftalina que dejarían sumamente enfermos a todos mis libros y a los que quieran leerlos. Eso jamás. Tendría que esperar el amanecer. Tal vez la polilla no hace algo malo, tal vez yo sea malvado y egoísta, ¿por qué quiero matarla cuando eso sería precisamente lo que haría si yo fuera una polilla? Y cuantas veces he deseado serlo. Mientras paseo por las grandes librerías y quedo fascinado por ese olor tan característico de los libros nuevos, que contemplo gustosamente, esperando poder leerlos algún día; analizando el diseño, forma, y presentación de los libros nacionales y de los importados, las texturas de las hojas, el olor fresco de la tinta recién impresa, la tapa dura y los filos dorados. Quisiera ser una polilla, pero como no lo soy: Tendré que pensar como matarte, porque si tú fueras yo, quisieras matarme por comerte los libros ¿de acuerdo? Ahora a dormir. Mañana tengo examen en la universidad y lo que haré de momento, será llevar cada libro que esté leyendo, a las clases, no por querer aparentar que leo demasiado, será, porque no quiero que te los comas.


Así he pasado todas estas últimas semanas, transportando libros de literatura junto a mis libros de economía. Leyendo en los tiempos libres, y compartiendo los relatos con mis amigos. He comprado una mochila térmica, totalmente hermética, y he puesto en ella, como último refugio, a todos los libros que tengo en la biblioteca. Ahora la biblioteca solo tiene una infinidad de libros de autoayuda y empresariales, que supongo mi querida enemiga se come todas las noches.


Antes de dormir, siempre me tomo el tiempo de sacarlos uno a uno de la mochila, leer algún relato aleatoriamente, regresarlos a su lugar y mantenerlos colgados en un punto cercano a mi cama, desde donde puedo verlos a cada momento, y poder dormir con tranquilidad. Pero parece que mi lucha con los insectos no termina. Una araña pequeña se descuelga ligeramente, con maestría, hasta pararse en la palma de mi mano. La contemplo con ironía, mientras pienso que los insectos no me dejarán en paz. Ahora me levanto asustado por el arácnido, tomo la aspiradora, instalo todo lo necesario y de una vez por todas: limpio mi cuarto. Será esta la única forma de hacerlo, tendré que esperar que vengan a atacarme una variedad de insectos que siempre he odiado, por lo incómodos e imprudentes que pueden ser. No lo sé. Pero cuando termino de limpiar todo. Y siento que mi cuarto, ya no es mi cuarto. Bajo a la biblioteca decididamente, cojo el primer libro que está más próximo a mi mano, y veo con sorpresa que la polilla esta ahí, muy quieta, sin importarle mi presencia. ¿Será que no tienen miedo? O lo que se le parezca. No me interesa mucho saberlo. Pero cuando estoy por aplastarla, dudo, no lo hago, me invade un sentimiento de culpa. Y mejor pienso regalarle ese libro al tío Roberto, que siempre viene a tomar mis libros sin permiso, y jamás me los regresa. Cierro cuidadosamente el libro —ahora con la intención de no matarla— y dejo el libro en la parte más notoria de la biblioteca. Subo a desordenar un poco mi cuarto. Que ahora ya siento como ajeno.

Fue en la mañana, con el sol radiante, y la luz filtrándose por la ventana hasta terminar en mis ojos. Así no se puede dormir. Pondré cortinas mañana mismo—y las he puesto, para poder dormir un poco más—. Bajo a la sala y veo que mi tío se despide rápidamente, sin esperar saludarme. El sonido metálico de la puerta me hace sentir un gran alivio. Veo rápidamente los libros de la biblioteca, y ahora falta uno. Felizmente falta uno. Por fin estoy libre de esa maldita intrusa, ladrona de libros, y la comprendo, como la comprendería el ladrón más cosmopolita que exista. También le he robado la historia. Y hoy por la mañana compré nuevamente el libro—que con seguridad, mi tío, jamás me regresará—, y lo coloco sutilmente en el lugar que siempre ha tenido.

Ahora me veo en el espejo, en un cuarto muy limpio, con la cama tendida, la tv encendida—pero yo solo escucho al Francotirador—una lata de Inca Kola Light en la mano, y la gran satisfacción de haberla vencido, o regalado en todo caso, que me suena a alguna expresión pasajera y sutil de victoria. Ahora duermo tranquilo. Y sueño que soy una polilla, que estoy en la SBS, comiéndome los libros de Saramago y de Pérez Reverte. De pronto veo todo oscuro, siento que alguien ha cerrado fuertemente el libro, que me falta el aire, que es muy probable que voy a morir. Y tienen que creerme, lo sé, porque lo sé. En esos precisos momentos que lo veo todo oscuro y me es muy difícil respirar…me despierto. Todo fue un sueño.

Una fila de hormigas, pequeñas y también malvadas, está recorriendo mi mochila de libros. Ya no hago nada, estoy demasiado sorprendido, y cansado para hacer algo. Me levanto de mi cama y apago la luz. Mañana me encargaré de ustedes: queridas enemigas. Las hormigas ahora pasean sobre “El canalla sentimental”. Entre sueños sigo escuchando el francotirador. Otra vez he dejado el televisor encendido.



Harold Rodríguez.

1 comentario:

  1. Creo que todo buen estudiante aspira anbiciosamente una Biblioteca Personal.Por muchas razones.Una puede que tuvo un trauma con un bibliotecario y segunda que no le guste acudir a una biblioteca.Cosa que, creo que la segunda sea la más imprecisa, pues quien tiene el placer de ir a una biblioteca-sea cual fuese-hay muchachos, señores y principalmente Chicas, o sea féminas, que se camuflan bajo unos anteojos y una mirada tierna pero que esconden-ciertamnete-una tormenta de pasiones y un desenfreno de hormonas que gritan!!!!!Procreación AHORA MISMO AQUÍ!!!! .Cuando uno tiene su cuarto desarreglado o desordenado-que es lo mismo-no implica un desorden en la psique de la personalidad del sujeto, más bien siéntete amigo Harold orgulloso, feliz y realmente agradecido-ya que es un Don de pocos- que eres y somos SUPERDESORDENADOS en cuanto al orden sistemático de nuestros cuartos .Algunos biógrafos de Einstein decian que su habitación era un muladar donde sólo habian libros y bastantes desperdicios comestibles.FíJate esa referencia y base teórica del Científico.Lo que si me asusta y me causa intriga es que menciones en gran parte de tus reflexiones, al creador de Juanquin,autor del "El cojo y el loco, "No se lo digas a nadie". Pero cada uno tiene un modelo a seguir o de identificarse. A las finales en estos momentos no es tabú estos problemas, más bien dicen que es una opción, qué tipo de opción será, desconozco pero la cuestión es que es una opción. SIn más un fuerte abrazo y que sigan los relatos, amigo te recomiendo que algunos relatos que sean novísimos me los pases por pdf, ya que no es el mejor medio el blog para leerlos.Adiós y hacia la victoria.

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