miércoles, 2 de junio de 2010

Tu amistad y lo demás





TU AMISTAD Y LO DEMÁS



Ya pasó una semana y no me escribes. Normalmente te conviene ser inteligente o más inteligente de lo que yo creo que puedes ser cuando menos me conviene. Ayer fue el día que más inteligente te he visto, y te diré, Andrea querida, qué resultaste ser mucho más inteligente que yo, y por eso te quiero tanto y si alguna vez tengo una hija le pondré tu nombre, o el nombre que tú me digas. ¿Sabes que todo lo que digo es mentira? Lo sabes. No le pondré tu nombre, pero es muy posible que le ponga el nombre que tú me digas.

Te hablo de estos temas y de otros, y normalmente de temas que ya ni al caso, tú te ríes y me dices: “fácil la harías si te decides a armar un monólogo o algo así”. Yo sé que en realidad si me decidiera a hacer tal proyecto lo normal sería que fracase y te culpe por animarme a esa idea loca. De ningún modo lo haría, pero hacerlo por verte reír justifica todo. Entonces recuerdo al protagonista de “Dos hombres y medio”, al tipo mujeriego y loco─porque ser mujeriego ya es una forma de locura y terminas siendo un loco del carajo─entonces te digo que mejor es ir a ver una película y advierto que no tengo dinero. Tener o no tener dinero contigo no es muy importante, normalmente tú eres la chica dispendiosa que no permite que pague toda la cuenta de la pizza o de los helados, y yo no estoy dispuesto a darte la contra y eso me parece un acto noble y una buena manera de preservar por muchos años más nuestra amistad. Miro mi billetera con el único dólar que queda y con un billete gastado que era para abrir un curso de miedo en la universidad. No pasa mucho rato y ya estamos tomando un helado, tú tosiendo y yo pensando que seguramente me enfermaré y tendré una excelente razón para faltar a esas clases de madrugada a las que forzosamente asisto todos los días. Y de no ser por Luana, una chica simpática, quien me timbra (no pocas veces) y me despierta, yo no llegaría a tiempo ni a destiempo: simplemente no llegaría y me quedaría dormido, calmado y tendido tranquilamente en mi cama como en la película Avatar.

Ya casi es de madrugada. Prendo la computadora y respondo como un demonio los mensajes que he dejado durante dos días desde que me “desconecté”. Y comprenderás porqué digo eso, Andreita, pues fuiste tú la razón por la que no entré al Chat, ni al Facebook, ni prendí mi celular durante dos días. Y eso, no prenderlo y ausentarme de toda red social, y no social, fue lo más inteligente que he podido hacer en estos días para preservar nuestra amistad. Sabes que te quiero más que cuando eras mi chica, pero a veces me gusta mi privacidad y me gusta hacer cosas que normalmente a ti no te gustan, y te repito la frase que tanto te gusta: “son cosas de chicos”. ¿Qué son cosas de chicos? Tú sabes…ya no somos chicos; y que lo mejor es decir la verdad y a veces dejarse llevar y actuar guiado por la razón y por el amor; porque es muy peligroso dejarse guiar por el amor y luego por la razón. No se puede. Yo no he podido. Tú tampoco has podido y gracias a eso seguimos hablando y saliendo noche a noche, y cuando se puede, no está de más una salida para conversar de tantos temas que no son importantes pero son buenas excusas para, de una forma especial, reunirnos y hablar. Recuerda que me encanta doblar la servilleta y escribirte frases que podrían ser cursis, pero no para ti. Que podrían ser románticas, pero no para mí; frases que solo te escribo mientras estás eligiendo una variedad de café que sirven en unas tazas tan pequeñas que hacen una perfecta ironía con su precio y con nuestra amistad. Saco un lapicero del bolsillo y te anoto brevemente: “Eres la mejor amiga que he podido tener, la que yo siempre elegiría”.

Salimos del café y me tomas del brazo, te quiero tomar de la mano pero sé que no debo. Sé que no debo porque prefiero tener tu amistad y “seguir siendo tu amigo”. Hace frío y lentamente subimos por las escaleras. De pronto dejas de sujetarte y me dices: “vamos a ver ropa”. Te espero pacientemente en un sillón, la vendedora se ríe y yo me río de la vendedora y te digo que todo te queda perfecto, y es cierto, todo te queda bien, pero tú crees que no es así y sigues probándote más prendas y luego sales con dos bolsas y yo no sé que habrás elegido al final, pero lo que sea te quedará perfecto y se te verá súper linda como siempre. Y por eso, por saber esperar y decirte que todo te queda bien, sé que me quieres.

Te despido con un beso breve, espero que entres a tu casa y me alejo en el Taxi, que curiosamente tiene una tarifa y jamás pido rebajas y si las pidieras de seguro no me las hicieran (según mi teoría: los taxistas le cobran lo que quieren a los enamorados porque ellos siempre pagan en silencio y sin molestia. Ya en su casa se dan cuenta de todo).
No pasa mucho y ya estoy en la computadora, y mientras el peón verde del MSN gira y gira…yo también pienso en ti. Sé que no te conectarás esa noche. Nunca lo haces cuando salimos, y eso es muy inteligente de tu parte.

Si no fuésemos amigos, lo más probable es que fuésemos enemigos; pero nunca algo intermedio, algo promedio, siempre algo extremamente bueno”. Tan bueno como la última salida. Tan bueno como cuando me dices que no quieres ir al cine y yo voy solo y te cuento todo por SMS desde el cine. Tan bueno como cuando te llamo de madrugada y te digo que te extraño y que me gustaría tomar un Taxi y llegar a tu casa para decirte lo mismo personalmente. Tan bueno como cuando me escribes y me dices que escribes mejor que yo. Tan bueno como cuando te digo que escribes tan bien que yo no podría siquiera pensar igualarte, y tú te ríes porque sabes que es psicología inversa y me dices que me quieres y que escribo bien y que pronto tendremos una salida para que me cuentes cosas interesantes y yo te digo que no tengo nada interesante que contarte, luego me dices “salir contigo es interesante”. Soy feliz, por ese efímero instante. Es un momento bueno: tan bueno que he prendido mi celular, he respondido todos mis mensajes y estoy completamente seguro que tú eres la chica a la que quiero y que estaba en mi destino ser tu amigo, y solo tu amigo, mientras tú con tu linda sonrisa y con tu silencio me lo hagas saber.


Harold.