Crucé la pista con calma. Miré al suelo, y para mi sorpresa, la última de nuestras fotos estaba en el piso. La tomé con cuidado. Estaba mojada, húmeda y sin ese amor que algún día tenía. Justo en ese momento abordé el primer taxi que pasó por el lugar.
— ¿A dónde lo llevo, joven?— me dijo con voz cómplice.
—A un lugar llamado LIBERTAD, volteando por calle EL OLVIDO y para ganar tiempo no pasé por EL RECUERDO— Le dije con tristeza y nostalgia —. El taxista aceleró. Desde el espejo veía como la lluvia caía fuertemente sobre la foto, que lentamente se fue alejando de mí. El auto llegó a su destino.
Nada me haría suponer que en la puerta de mi casa me esperaba el duplicado de esa fotografía. Un escrito breve decía: “Fotografía en blanco”. Sorprendido la mire infinitamente, de todas las formas posibles en que se puede tratar de “mirar sin ver”. La soledad de la noche me acompaño por varias horas. Ahora si, con seguridad, ya no era posible cruzar para retomar el amor borrado tantas veces, dos imágenes que literalmente la lluvia había mezclado y tornado irreconocibles. Todo Blanco.
Dos años después te encontré en la universidad. Tenías la misma mirada, y esa sonrisa que siempre me había cautivado. —pensé que no cruzarías nunca, ¡Te estaba esperando! ¿Pasamos, Renato?—dijiste mirándome tiernamente. No pensé mucho. Acepté. Teníamos examen de Planeamiento Estratégico, y estábamos llegando tarde. Un auto blanco se nos cruzó súbitamente. Por un momento recordé la calle, la lluvia, el auto; te recordé. Tomé tu mano sin querer, y no te opusiste. Cruzamos juntos. A lo lejos el auto blanco se perdía entre decenas de taxis. Al entrar nos llamó la atención un enorme cartel, que en letras blancas decía: Se dictan clases de fotografía. Nos miramos fijamente. Una hermosa sonrisa se dibujaba en tu rostro.
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