lunes, 14 de septiembre de 2009

Mi cuento favorito

—Papá, me cuentas el pájaro de fuego—. Le dije mientras lo miraba de forma muy tierna, esperando conmoverlo y lograr que me contara el cuento.
—Ya es tarde hijo, mejor te lo cuento mañana. Además ya te he contado ese cuento muchas veces —me dijo, mientras buscaba su ropa de dormir.
—No pues, papi. Tú me prometiste que me lo contarías todas las noches —Le dije esto mientras sostenía con esfuerzo el pesado libro que contenía ese mágico relato, relato que me contaba todas las noches hasta quedarme dormido. Yo siempre dormía antes de saber el final.

—Bueno…te lo contaré—dijo con cierta resignación, pero también noté que sus ojos brillaron, que le gustaba, incluso podría ser que le gustaba más que a mí.
—Papá, quiero que me cuentes hasta el final. Nunca sé como termina esa historia, por eso tienes que repetirla todas estas noches —le dije. Mi padre me miró ahora con compresión. Sabía lo que significaba para un niño pequeño, que aún no puede leer por si solo, que le contaran un cuento. Que se lo contara su papá

Lo esperaba todas las noches, ansioso de escuchar su voz, narrando esas historias que solo el sabía contar de forma tan especial. Desde mi cama miraba el reloj y sentía muy cerca el momento en que escucharía la voz de mi padre, vendría a verme, y me contaría el cuento que yo le pidiera, sin importar que ya lo haya contado tantas veces. Siempre estaba dispuesto a hacerlo, por más cansado que regrese del trabajo. Así por fin podía dormir, previo cuento, y alguna propina, que a mi corta edad, me hacía sentir inmensamente rico. Con los dos soles que tenía podía comprar un montón de figuritas, helados, chocolates. Era mi pequeña fortuna, la cual compartiría al otro día en el jardín. Mientras las Monjas, siempre frías, me miraban comer, reír, y también compartir. Yo era Feliz.

Todas las mañanas despertaba con el libro a la mitad. Un libro grande, de letras doradas en la tapa, con muchas historias fantásticas, que yo no podía leer, pero, que mi padre sabía contar. Y las sabía contar muy bien. De pronto me sentía parte del relato, viajando por ignotos países, descubriendo tesoros, luchando contra dragones que cuidaban celosamente a la princesa, de la misma forma que yo cuidaba el libro donde estaban los cuentos de los dragones, las hadas, los navegantes, los gnomos y los gigantes. Todos podían tener lugar en mi libro de cuentos. Y de alguna manera sentía que estos personajes cobraban vida en las diferentes voces que se inventaba mi padre al momento de leerlas. Yo solo las escuchaba. Las escuché siempre con mucha atención. Pensando que podría ser incluso verdad ¿por qué no? Él seguía contándolas, echado a mi lado, seguía leyendo mientras poco a poco sentía la voz más distante, y sin esperar el final de el pájaro de fuego, me quedaba profundamente dormido—tenía la certeza que mi padre si terminaba de leer la historia.


Nunca supe exactamente donde fue a parar mi querido libro de infancia. Jamás pude terminar de saber el final del cuento. Mi padre nunca me lo quiso contar. Decía que el no lo sabía. Así pasaron los años, poco a poco fui olvidando el cuento, aprendí a leer y ahora un nuevo visitante, desde un planeta muy pequeño y lejano se había instalado en mi mente, despertando todo mi interés y pidiéndome que le dibuje un cordero. Pero ya no era tan niño, no pude hacerle lo que me pedía, no exactamente, y pensé: ¿Quién entiende a los niños? ¿Será que estoy pensando como los adultos? Fue mi primer libro. Fue también el primero y el único que logro hacerme llorar. Recordaba todo esto, mientras leía con atención lo que quedaba de mi primer libro. En letras azules, casi ilegibles por el paso de los años, aun podía leerse: el principito. Seguí buscando Hasta encontrar una hoja amarilla, manchada, sucia, pero sin embargo, sentí una sutil provocación. Y así descubrí que esa hoja antigua, contenía el final del cuento que de niño nunca supe, por culpa de mi sueño, de no saber leer aun, y de mi papá que siempre llegaba del trabajo en la noche.



¡Que no escape, Abucir, como pudiste dejar abierta la jaula! ¡Deténganlo, que se nos va! —gritaba el mercader, mientras el pájaro de fuego volaba altivo, y salía por la ventana. Desde el castillo se podía ver como se alejaba volando cada vez más alto, hasta que la luz del sol impedía seguir su camino. Ahora era libre. Las cortinas de palacio seguían ardiendo ante los inútiles esfuerzos de los criados del mercader, que inútilmente querían apagarlas.
Final feliz.

Me sentí Feliz. Así conocí el final de la historia—después de más de dieciocho años de larga espera— Me gustó el final, lo imaginé siempre así; pero, a veces pensé que no escaparía, que lo tendrían en cautiverio para siempre, hasta que un día la llama de su cuerpo y de su corazón dejara de flamear y se apagaran para siempre. Ahora comprendo que mi querido amigo de fuego, solo estaba esperando…que termine yo mismo, de leer su historia.

Miré por la ventana. Era mi papá que llegaba a casa después de mucho tiempo—en realidad un mes, pero siempre me parece demasiado—. Tocó la puerta y salí a recibirlo, con la misma emoción de hace dieciocho años —su mirada me insinuaba algo más. De pronto sacó de su maletín un libro de tapa rústica. De letras doradas. Lo reconocí inmediatamente ¿cómo no hacerlo? Era mi libro. Mi libro de siempre, que tantas veces había escuchado todas sus historias, menos una. Busque rápidamente el cuento y fui directamente al final. Faltaba la última hoja.

Ahora se que era verdad cuando mi padre, a pesar de mis miles de reclamos, no me podía contar el final, porque no lo sabía. No quería mentirme, y no lo hizo tal vez con la esperanza de poder algún día encontrar esa última hoja. Dejó sus cosas sobre la mesa y se sentó en el sillón. Me senté a su lado, y lentamente fui desdoblando una pequeña hoja gastada, que el tiempo no había podido perder. Se le iluminaron los ojos, de la misma manera que los míos, cuando era muy pequeño y lo abrazaba muy fuerte para que me contara la historia. Me miraba atento, mientras terminaba de sacar el polvo de la hoja. Un largo silencio atravesó la sala, muy emocionado me dijo: ¿Me puedes leer el final?

H.R.


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