viernes, 20 de noviembre de 2009

Fotografía anticipada


Cuando Sebastián supo la cantidad de dinero que ofrecían en internet por ese libro antiguo, dejó todo lo que tenía pendiente, apagó su móvil, se puso una ropa ligera y se dirigió con los ojos brillosos hacia el antiguo cuarto de reliquias que había dejado su abuelo. Hacía años que no había bajado al sótano donde su abuelo guardaba sus libros más preciados. Entró y encendió una tenue luz que en cualquier momento podría apagarse. Ese lugar de la casa contenía muchas cosas que de niño siempre le interesó saber. Caminó resuelto hasta llegar a un rincón. Encontró una franela aun limpia, como si alguien ya hubiera estado ahí . Se fijó en un moderno reloj digital que había quedado sobre el baul. Estaba empolvado, sucio; un reloj japonés exactamente. Se había detenido misteriosamente un viernes 20 de noviembre del 2072. ¿Quién pudo adelantar y dejar ahí ese reloj digital? ¿Hace cuatro décadas ya se fabricaban estos relojes? —se preguntó Sebastián, mientras con cuidado guardó el reloj pulsera en el bolsillo de su pantalón—“No, de hecho que no”, pensó. Abrió el baúl y empezó a buscar con cuidado, podría haber alguna araña o algún bicho raro ahí dentro. Utilizó la tela que estaba ahí y fue sacando y limpiando cada cosa que encontraba. Encontró desde palos de golf hasta revistas escritas en francés, inglés, italiano; siguió buscando entre las cosas empolvadas y halló antiguas pelotas de fútbol firmadas con tinta fresca, cartas escritas en una prosa tan cargada de figuras literarias que no comprendía. Un libro de Borges, una carta inflamada a una señorita de parís—que no era precisamente su abuela—; pero jamás encontró el libro que buscaba. El tiempo se lo había llevado; el tiempo o su abuelo, o tal vez fue a dar a la chica de parís.

Tomó el reloj pulsera que había encontrado. Lo miró distraidamente y vio que ahora marcaba la hora y fecha actual. “No puede ser, qué extraño que resulta todo en este lugar”, pensó mientras caminaba presuroso a la salida. Volvió a mirar el reloj y nuevamente marcaba la fecha y hora anterior, la que venía marcando por tantos años en ese lugar olvidado. Pensó en tirarlo pero desistió de la idea, pues de algún modo le resultaba familiar y hasta le gustaba tenerlo. Era bastante moderno y de seguro que ninguno de sus amigos tenía uno así. Por lo menos le serviría para impresionar a sus amigos del instituto.

Cuando estaba por cerrar la puerta, una fuerza que desconocía le hizo regresar. Se dirigió hasta el centro del pequeño cuarto, caminó unos pasos y encontró un papel sobre la mesa que alguien había improvisado. Tenía un mensaje que le habían dejado. Lo leyó con mucha calma, tratando de saborear las pocas palabras que tenía. El mensaje decía: “el reloj marca la hora final. Las fotos muestran un instante. La página número 356 del libro tiene la respuesta. Encuentra el libro, actualiza la hora”. Sebastián pensó que estar ahí terminaría por volverlo loco. Cuando quiso romper el papel amarillo y gastado por el paso de los años, comprobó que había sido escrito en computadora. La luz tenue fue perdiendo fuerza y Sebastián supo que en cualquier momento se apagaría para siempre; antes de salir, justo detrás de la puerta, había un saco negro muy caro, estaba nuevo, su abuelo lo había dejado ahí o “alguien” lo había dejado ahí, en todo caso: sería suyo. Era muy sofisticado, demasiado para estar ahí en ese cuarto sucio y abandonado. Alguien debió de haberlo dejado ahí porque quería dejarle un regalo. Se lo puso y cerró la puerta, mientras se alejaba sentía como la luz cándida del foco que alumbraba se iba apagando lentamente hasta convertirse en un hilo de luz que ya no alumbra.

Se dirigió hasta su cuarto, contento por el abrigo y el reloj moderno que había encontrado, y al no reclamarlos nadie, ni tener dueño por tantos años, era justo que él fuera el único dueño. Era lo que Sebastián pensaba, mientras echado en su cama, imaginaba lo que le dirían sus amigos del instituto. “¿Pero de dónde sacaste ese abrigo, ese reloj?” Sí, eso sería lo primero que le dirían. Él no lo sabía pero…eso no importaba mucho. Tampoco importaba mucho el libro, con lo que había conseguido era más que suficiente. Pensaba en que si vendía el abrigo le darían mucho dinero, podría con ello comprarse una netbook, una consola de Play station 3, muchas salidas y muchas películas en 3D con su chica, etc. Sebastián siguió relajado, pensando en muchas cosas que de seguro haría, hasta que se quedó dormido.

Fue la tercera vez que sonó su móvil. Sebastián pensó que sería su chica, que lo llamaba para quedar una salida a lo de su amiga Danna. No fue así, era la voz de un hombre, exactamente alguien que antes ya había hablado con él, hace mucho tiempo, pero que ya no recordaba el nombre. Tratando de despertarse por completo, Sebastián contestó y solo pudo oír: “mira la foto, que tengas suerte”, y cortó. Sebastián pensó que sería alguna broma ¿qué foto?, él no tenía ninguna foto reciente; no había salido de casa todo el día, eso era imposible. Se paró y fue hasta el espejo. Se miró y se llevó tremenda sorpresa. Sus ojos estaban a punto de dejar escapar un par de lágrimas. No podía ser. No podía haber sido un sueño. Ya no tenía puesto el reloj, ni el abrigo, ni tampoco la ropa que utilizó para ir hasta el cuarto del abuelo. ¿Cómo pudo contestar si tenía el móvil apagado? Lo apagué para que no me llamaran mientras buscaba ¡No puede ser, maldita sea! Fue lo más rápido que pudo hasta el cuarto del abuelo, entró sin importarle nada, ya no sentía miedo ni curiosidad. Sentía una cólera mezclada con una tristeza melancólica de haberlo perdido todo. De haber perdido todo eso que sintió suyo. Cuando entró al cuarto del abuelo lo vio todo limpio, una luz blanca iluminaba el cuarto y mostraba su gran vacío. Solo había una mesa y una pequeña caja ahí dentro. Sebastián pensó: “pero esto es una broma que alguien me quiere jugar, si sigo terminaré por volverme loco”. Ya nada le importó, tomó la caja y salió con ella hasta su cuarto. La abrió y encontró una cámara digital Sony, muy moderna para estos tiempos. Cuando puso el código en la página de Sony se dio con la sorpresa que aun estaba en desarrollo. Solo tenía una foto. En ella aparecía abrazado con su abuelo, en Isla de Pascua; lucía puesto el reloj y el flamante abrigo negro. Ambos sonreían para la foto. Había sido tomada el 20 de noviembre del 2072.

Pasaron sesenta años desde ese día. Sebastián nunca le contó nada a nadie de lo ocurrido en ese cuarto del abuelo, ni a su madre. Siguió su vida normalmente, como todos los que compran su ropa y relojes en las tiendas. Sony sacó el modelo de cámara que había encontrado en la cajita. El reloj japonés se volvió muy popular entre los chicos que querían estar a la moda. Ese viernes por la noche, Sebastián fue lentamente hasta su cuarto. Notó que ya tenía un aire que antes había percibido, varias cajas con sus objetos más preciados en la esquina más lejana— era el cuarto de un anciano solitario—. Abrió el cajón, sacó la cámara Sony que seguía flamante, con muchas fotos de sus nietos; Se puso los lentes y volvió a leer la página 356 de “Mil libros”. El libro que había comprado por internet, pagando una fortuna. Miró su reloj y eran ya las 11:45 pm. Esa noche, Sebastián durmió tranquilo. Su viejo abrigo negro colgaba de la pared.

Harold Rodríguez

Aquí les dejo un video que me gustó mucho! XD