viernes, 11 de septiembre de 2009

El economista Alternativo

Para la niña que me enseñó a escribir




El economista alternativo se ha dedicado a tratar de reconquistar a su querida ex novia. Todas las noches después de regresar de clases, y terminada la cena, se apresura a revisar sus mensajes de Hotmail, y si acaso, con más suerte encontrar conectada a esa persona que desde hace meses—y voluntariamente—le ha retirado su amistad, le ha dejado de escribir, le ha pedido que ya no le escriba porque ya no le interesa leer sus relatos—aunque tenga la certeza de que en silencio los lee—. Piensa en Andrea mientras mira como el ícono del MSN sigue girando sin iniciar sesión. Cuando mira sus contactos sabe que sus sospechas son ciertas: ella no está conectada. Como todas las noches, lo que hace es abrir una hoja de Word. Y de repente se ve escribiendo cosas que luego no vuelve a leer porque le producen mucha tristeza. Cada día escribe menos. Cada día piensa que debería dejar de escribir, pero no puede. Sabe que si deja de escribir esas cosas que tiene ahí guardadas no podrá llevar toda esa pena, y se convertiría en una persona infeliz. El economista alternativo sabe que no es feliz, ni pretende serlo. La felicidad es una cosa que no entiende, pero que cuando llega a su vida—de casualidad—ésta pasa volando: “son solo instantes”. Así como son instantes los que se tarda para empezar a escribir. No puede dejar de lado la idea de escribir pensando en Andrea, si bien ya no la ve hace mucho tiempo, todas las noches, antes de dormir, piensa en ella. El economista alternativo sabe que su ex novia, ya no piensa más en él. Y lo único que le queda es escribir unos relatos que por más que quiere que sean divertidos terminan por ser muy tristes—menos para las personas que no lo conocen—. Cuando escribe se siente dueño de una nueva oportunidad, y generalmente sus historias terminan con un final feliz.

Si bien los relatos son un conjunto de ficciones, él no es un buen mentiroso y menos un buen escritor, pues no logra camuflar su identidad y casi siempre termina por poner muchas cosas que son ciertas, que son de su vida privada, cosas que no debería poner. Y que al ponerlas sabe que está haciendo las cosas mal. Nunca ha hecho las cosas bien, siempre ha hecho las cosas que creía ser buenas; por pensar que esas cosas en las creía eran la correctas ahora está solo. A pesar que su soledad le procura una serie de ventajas, sabe que no es feliz, que no es tan feliz como cuando lo era con Andrea. Que su felicidad no consiste en estar solo, en dejar de lado a sus amigos, en ir perdiendo a sus amigos—porque ya no le interesa reunirse con ellos, porque ya no los siente sus amigos, porque se han ido a vivir a otros lugares; o porque se han dado cuenta que ser amigos suyos no es lo mejor; y lo mejor es estar solo y saber que sus amigos, muy lejos de él, son todo lo felices que el no quiere ser—. El economista alternativo, es amigo de muchas personas pero tiene pocos amigos.

Ahora ha cerrado su MSN, se ha resignado a saber que nunca, su chica, le mandará galletas o artilugios en el Facebook. No se ha atrevido a preguntarle al Hada de Facebook sobre como le irá, porque el cree en el Hada—y solo en ella—y sospechando lo que le diría sobre su futuro se apresura a cerrar su cuenta, no sin antes actualizar todo su perfil porque el anterior ya no lo siente como suyo. Y ese perfil que ha copiado del Hi5 le recuerda muchas cosas que él ya no se las cree.

El economista alternativo no estudia precisamente economía. No estudia hace meses, no es que haya renunciado a estudiar su carrera, lo que pasa es que encuentra más divertido enterarse de todo en la internet. Se pasa horas mirando videos que luego comenta—sabiendo que nunca nadie leerá sus comentarios—sobre los temas económicos que el no es capaz de entender a cabalidad. El economista alternativo no espera ser un buen alumno. A duras penas podría mantenerse entre el tercio. No cree en las escalas, medidas, ubicaciones, pues siente que cualquier cosa que lo encasille le hace un daño que no logra advertir en el corto plazo. No cree en el “costo-beneficio”; no cree en Marxistas, Monetaristas ni Liberales extremistas. No cree en su profesor de econometría; pero si creería en todo lo que le dijera Andrea. Andrea le ha dicho que si sigue descuidándose de ese modo en sus cursos; si sigue leyendo todos esos libros que a escondidas compra en la SBS, y miente diciendo que son libros de su carrera: nada bueno le esperará. No será nunca un gran alumno, no será lo que Andrea—y la gente que dice querer su bien—esperan. A pesar de todo eso, no ha hecho el menor caso y ha sido incapaz de levantarse temprano para estudiar sus cursos. El ciclo a terminado—cuando en realidad para él no ha iniciado—y faltando casi dos semanas sabe que no le espera nada muy prometedor. Sus cursos están ahí “en veremos”. Está preparado para estudiar todo lo que se tenga que estudiar en esas dos semanas. Siente que ha sido técnicamente un tonto, un haragán, un ocioso…y menos todo lo que Andrea, y las personas que lo quieren, le han dicho. Dos semanas es lo que ha cronometrado para pasar sus cursos—utilizando métodos y medios que no conoce, pero que su instinto de supervivencia le mostrarán cuando sea el momento adecuado.

El economista alternativo está muy preocupado y triste. Está triste de preocuparse de las notas que pueda tener. No le interesa para nada saber que tiene un once a tener un veinte, pues eso es muy relativo. Y al final se verá cuando se confronte con la realidad. Y la vida con su nada moderada crueldad se encargará de mostrarles a todos los teóricos—esos que sacan las notas que él no ha podido sacar en todo lo que va de su carrera—que tal vez un veinte, no es un veinte. En su casa, frente a la computadora, ha revisado una vez más su examen de “un curso de cuidado”: tiene 10, no tiene la nota que le genera un particular orgullo, no tiene un once, siente que la suerte no ha estado en su camino este ciclo; que es una suerte de castigo anticipado por haberse creído un inteligente alumno, cuando debía haber tratado de ser un alumno inteligente. Por todo eso, el economista alternativo está muy triste. Sabe que ha sido ocioso y egoísta, que no ha querido escuchar los consejos. Y esos buenos consejos se han difuminado para siempre. Ahora ya nos los recuerda, y de recordarlos igual ya no le servirían de mucho, más que para pasarlos a sus mejores amigos. El economista alternativo tiene la esperanza que al otro día, al publicarse sus notas finales: esté aprobado. Algo le hace pensar que eso tendrá que pasar. Que no es justo que nadie jale con una nota de diez. Que si tendría que jalar con diez prefiere jalar con cero. Siente que en el fondo, no es un mal alumno. No es tan malo como pensaba ser. Y que es hora de ponerse de una buena vez a estudiar. Su computadora está apagada. Enciende la luz de su cuarto para buscar sus copias. Se pone a estudiar y siente como el frío se cuela por la ventana para darle de lleno en la cara. Sabe que no tiene porqué jalar ningún curso. Toma el lapicero y se pone a resolver problemas que nunca llegarán a tomarle, pero que son necesarios para que gane confianza, y a su modo, se sienta tranquilo.


El economista alternativo, como todas las noches, regresa a su casa en Taxi. Podría haber tomado un colectivo, pero prefiere regresar en Taxi, porque se siente muy triste. Mientras el auto sigue su marcha, piensa que nunca podrá ser como Andrea, nunca podrá sentir esa desesperación y gusto por aprender tantas cosas, por ser tan buena en cada cosa que hace; por ser todo lo buena que ahora es ella, y que antes, cuando la conoció, jamás se imaginó que esa linda chica que iba tan feliz con sus lienzos de algún pintor famoso, le enseñaría tantas cosas buenas; nunca se imaginó que esa chica sería tan buena, y tan inteligente como lo es ahora. Y ahora está seguro de eso, sabe que fue muy buena, y muy inteligente—el no fue tan inteligente para ser lo suficiente bueno con ella—para un día, exactamente una noche después de tomar helados en un lugar muy conocido…decirle que mejor sería darse un tiempo. Que tenía que viajar a Lima para estudiar un curso. Que todas las noches se escribirían, y que eso sería lo mejor para ambos. Eso no ha pasado. Poco a poco ella fue leyéndolo menos; y el fue escribiéndole más. Y así un día improbable supo con seguridad que ella ya no lo leía, y que seguramente ya lo había olvidado. Y que ya no debería de dejar mensajes en la casilla de voz. Que no debería de escribir sobre esas cosas que sabia que le hacían daño a su querida ex. Fue un tonto y siguió escribiendo relatos que luego envió a sus amigos. Y posiblemente sus amigos, tampoco quieran leerlos; no como la gente que no lo conoce y cree que sus relatos puedan ser buenos.

El economista alternativo sabe que dormirá tranquilo. Sabe que mañana será un buen día para él. No lo sabe porque se lo ha dicho el hada del Facebook, o porque se lo ha dicho la gente que quiere su bien — que ya no son sus amigos—. Lo sabe porque se lo ha dicho Andrea, ahora su mejor amiga, se lo ha dicho en un breve mensaje de texto. El economista alternativo le cree. Cuando termina de leer el mensaje, mira la foto que guarda en su antigua billetera desgastada y se muerde los dientes para no llorar.

Se ha quedado dormido. Sobre su escritorio han quedado sus libros, el último examen que le han entregado y muchas cosas que cree haber olvidado, y que solo recuerda en sus sueños, porque casualmente sueña lo que quiere soñar; el problema es que no lo recuerda fácilmente. Como no recuerda que tenía que empezar a estudiar, cerrar su cuenta de MSN y enviar algún mensaje de respuesta a Andrea.
El economista alternativo sabe que siempre podrá contar con Andrea, ahora su ex, y siempre su amiga. Porque al final la amistad es lo único que perdura. Le ha invitado a tomar helados. Han salido a tomar helados y conversar de tantas cosas. Para su sorpresa, Andrea, le ha dicho que le gustó su último relato. Y el le cree. El economista alternativo le ha escrito un nuevo relato al llegar a su casa. Lo ha enviado en pdf—como a sus amigos—y en el fondo siente que ha valido la pena. Aunque solo esté destinado a unas cuantas personas. Que seguramente no lo leerán. Pero eso ya no importa mucho, cuando se siente feliz por haber recuperado esa amistad que tenía perdida; aunque sienta un pequeño malestar por haber tomado—como de costumbre—tantos helados.



Harold Rodríguez.


Aquí les dejo un video que me gusta, según de la hora del día.






Hasta el próximo relato.

2 comentarios:

  1. Interesante =). Por fin un escrito tuyo que se deja terminar de leer sin mucho sufrimiento.

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  2. A ver, inicio diciendote lo siguiente; si los espectros de los padres de la Economia Política-que Ud. sabe quienes son- (o sea la economía seria, la doctrinaria,la economía oficial,duramente criticada por nosotros los marxistas), estuvieran vivitos y coleando y se fijarían cómo es que un muchacho universitario llamado harold logra sacar conclusiones tan laxas como para desestimar una carrera que tan beligerantemente ha costado cimentarla.En definitivamente aquel que se hace llamar el Economista Alternativo no cree a sus teóricos, ni a sus libros, ni muchos menos a sus maestros-pues eso se deja entrever en este relato-, más bien, por el contrario ese Economista Alternativo cree saber que las reglas-por no decir leyes- de la economia, del mercado,de la banca, financias y entrte otras dimensiones son productos de sus deliberaciones experienciales casi malsanas que ha logrado sacar a luz como consecuencia en su estadia en los claustros universitarios. Bueno, bueno, bueno ya no sigo más pues está a punto de no ser leido este comentario, pero te mereces el mayor de las consideraciones, pues te digo, mi estimado amigo Harold R. O que por ser ALTERNATIVO a la tradición constumbrista en Economia has logrado calar en mí ser.Pues no eres el único en encarar tus propios dogmas profesionales, pues yo en filosofía hago lo mismo pero con otro estilo, sigue adelante amigo, hasta la victoria siempre te digo-parafraseando al Cmdt Che Guevara-. adiós...se despide tu amigo Orlando M.G. bye.

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