lunes, 14 de septiembre de 2009

El recuerdo de la última ola

Fue un día soleado, exactamente mediodía, cuando decidí ir a dar un paseo por la playa, esperando poder aclarar ideas y liberarme de las preocupaciones en ese ambiente relajado y alejado de todo, comprar alguna artesanía, ver como la gente pesca en el muelle, y tomar un poco de sol —que siempre me hace falta—. Sin pensar en otra cosa que estar ahí, sentado en la arena en algún lugar calmado, sin mucha gente que pueda molestarme y mirando las extrañas formas que hacen las olas. La universidad, los exámenes, mi casa, mi celular y Andrea; todo podía esperar—pensé.

Viajando en un dorado micro Huanchaco. Pensé: como es posible que esto pueda estar tan lleno de gente — era el encuentro de todos los peruanos, todos con un mismo destino. Desde el señor que apuraba la marcha con su canasta de pescado, hasta un par de turistas que ya se ponían sus gafas de sol, Armani—. El carro alcanzó una velocidad sorprendente. No tardó mucho para poder llegar a su destino. Esperé que bajen la mayoría de las personas para bajar con los turistas, que a duras penas podían bajar con esas mochilas cargadas de todo tipo de artículos, tan diversos como gente venía en el carro.

Lo primero que hice, tan pronto estuve fuera, fue tratar de ir lo antes posible a la arena. Sacarme las sandalias y sentir el contacto de mis pies con la arena. Eso no sería posible por el momento, porque un vendedor de artesanía y más, me había interceptado rápidamente. Mirándome como quien esta seguro de conocer las necesidades y motivos de la gente para venir al lugar, me dijo:

—Tengo lentes de sol, Puma. Son originales, con serial y todo.
—No, gracias. Por ahora no deseo lentes. —le dije.
—Págame lo que tú creas que valen—dijo mirándome con malicia—. Como te dije: son firmes. Póntelos, te quedarán bien.
Le dije con voz seria y caminando decididamente:
—Muchas gracias, pero será en otra oportunidad. Y sobre sus lentes: están muy buenos. Con seguridad encontrará alguien que se los compre sin problema. Si me permite, tengo que ir a la playa.

El vendedor con estilo de ladrón camuflado siguió diciendo una serie de propuestas y ofertas, tan increíbles que algo tenía que andar mal ahí. Sin mirar atrás, caminé lo más rápido que pude. Me detuve para regresar la mirada a este exigente vendedor. Ahora ya no estaba solo. Tenía las manos a la espalda, casi agachado, y caminaba hacia un auto de lunas polarizadas. Desde el auto un policía hacia señales para que recojan la mochila. Entró en el auto y se fueron. Traté de no volver a voltear. El sol caía fuertemente sobre mis ojos, ahora rojos por el fuerte sol de mediodía. ¿Debí haber comprando esos lentes mientras se podía? — me dije—, pues no. Yo nunca sería partícipe involuntario de robos camuflados; aunque me ardan los ojos y tenga el dinero suficiente para poder comprarlos.

Toda la tarde la pasé sentado en la arena, comiendo el último helado que me quedaba, mirando a la gente bañarse, pensando como puede ser que posiblemente sea yo el único que no sabe nadar, que no gusta del sol; pero que se pasa varias horas sentado en un mismo lugar. Viendo como las olas mueren frente a mí, cada vez más cerca, como queriendo alcanzarme. De pronto recojo todas mis cosas y me dirijo al muelle para terminar mi tarde de reflexión, de reencuentro personal, de soledad muy brava; de tranquilidad que solo la complicidad de los lugares apartados de una playa puede dar. Ahora mi playa. Mi playa de los sueños.

El muelle sigue como siempre, tal vez ha cambiado un poco, pero yo lo veo igual. Cuando niño venía con mi primo a pescar. Me emocionaba mucho sacar un indefenso pez que nada puede hacer frente a la tentadora carnada que lo saca de su lugar, que le cambia la vida para mal, que le juega el peor de los engaños. Y después de eso, será muy difícil que pueda regresar. Yo siempre los regresaba. Nunca más volveré a ponerles esos ganchos malvados, que se les incrustan en la boca para hacerlos caer. No, no lo volveré a hacer. Así que no quiero ver ese espectáculo macabro—pensé—. Me retiro al fondo, mientras escucho las risas y celebraciones de la gente, muy emocionada por haber pescado, solo por diversión. —algunas diversiones siempre me parecieron muy extrañas.

Me quedé parado ahí un par de horas, contemplando el mar. Siempre me gustó mucho contemplarlo, a pesar que nunca visito la playa; pero las pocas veces que lo hago no pierdo la oportunidad en tener contacto con la naturaleza. Tan poco comprendida, justamente por su simpleza. Así pasaron como dos horas. Había olvidado que el tiempo no se detiene, no perdona siquiera el pararse por un momento, detenerse a pensar, esperar o recordar lo que esperabas. Simplemente avanza, y siento que avanzó tanto, que sin querer me había dejado casi solo. Solo en medio de una masa agitada de agua y sal. El sol también estaba por ocultarse y eso me decía que era hora de regresar. Que tal vez el día fue bueno, que me relajé y ahora estoy más tranquilo para regresar a lo que hago todos los días últimamente; regresar a casa, preparar el informe para la universidad, prender el celular y llamar a Andrea.


Justo cuando estaba por salir del muelle, ese conjunto de tablas que sentí casi vacío, desolado, cansado de haber soportado a tanta gente desde siempre, pude ver a una chica muy guapa, mirando con mucha atención el ritmo de las olas. Yo era un completo extraño, ella también. Pero me acerqué, no sé exactamente porqué lo hice, pero lo hice. No tenía ningún tema para abordarla. Solo la simple pregunta de que hacía alguien como ella—turista posiblemente— sola en un muelle, mirando con tanto gusto lo mismo que yo he estado mirando todo este tiempo. Tenía que decirle que mejor sería salir de ahí, pues el lugar era peligroso para una chica, sobretodo para una chica sola, bonita, y sola…—me gustó la combinación—.Le toque ligeramente el brazo y le dije:
—Señorita, es peligroso estar a esta hora por acá. Supongo estás sola. Sería bueno que regreses a casa—le dije esto del modo más amable posible—.Veo que estás muy concentrada. Tal vez deba irme, discúlpame. —pensé que no me había escuchado.

— ¿Te gusta el mar? — me dijo sin voltear a mirarme—.Todo esto es tan tranquilo. Tan perfecto ¿no lo crees? —preguntó con voz suave, sin esperar una respuesta rápida, por el contrario, como si la conociera.

—Si, yo siempre he disfrutado de la calma y la tranquilidad que me transmite. Sobre todo cuando, a veces, el mundo me asfixia. Pero son pocas las veces que vengo a esta playa—le dije mientras me acercaba más a ella.

—Es la primera vez que vengo a Perú. A Trujillo exactamente; me ha gustado mucho, pues siempre he encontrado algo que se convierte en un buen recuerdo. Y no precisamente de esos recuerdos que hace rato me ofreció un esforzado vendedor al borde de la playa. Como no le compré nada: se llevó mis lentes. Que importa, no eran originales—decía esto mientras reía. Yo también reía mientras pensaba en el vendedor.

El sol estaba por ocultarse, no sin antes mostrarme claramente en la primera mirada que nos dimos, los ojos color caramelos más hermosos que ese día había visto por la playa, sus cabellos dorados; su rostro pequeño, la sonrisa de una niña que busca conocer el mundo. La voz tierna, entre otras cosas, hicieron que decididamente muestre la mejor de mis sonrisas. —mis ojos también brillaron, como nunca antes.

Pasamos sin mostrar mayor interés por esas tablas tan separadas, que muestran en la profundidad el agua, ya fría a esa hora, caminamos rápido, sin darnos cuenta que aún no nos conocíamos. Pensé: que estoy haciendo. No debería, ella posiblemente es menor de edad. Podría ser una trampa, una trampa como la que se le tiende a los peces. Podría alguien estar esperando en algún lugar específico, y en un momento estar sobre mí para quitarme el poco dinero que me ha quedado. Pensé: A veces también la suerte, el destino, o lo que sea, puede jugar a mi favor. Por qué pensar que esto puede ser peligroso, si hasta ahora no ha hecho si no alegrarme el día, muy diferente de tantos otros. Sería injusto que piense eso de ella por el simple hecho de no conocerla. Terminaré con esto ahora. —pensé decididamente mientras la brisa hacía que cierre los ojos y no pueda voltear a verla.

—Bueno, fue un gusto haberte conocido. Eres una chica muy interesante, no sé...por lo menos me gustaría acompañarte hasta que tomes un taxi. Saber tu nombre. Supongo estarás unos días por acá, y luego regresarás a continuar con tus labores, tu vida, tus amigos. —dije esto con la esperanza de llevarme siquiera el recuerdo de su nombre.

—Sandra Castello, Soy estudiante de Comunicación, Ahora estoy de vacaciones por unas semanas. ¿Ahora me dirás tu nombre? —me miró esperando ansiosamente mi respuesta—.
—Sergio Cassos, estudiante de Administración, también de vacaciones—elegidas voluntariamente, y solo por un día—, en mis ratos libres gusto mucho de la lectura, también de la pintura. Todo lo vanguardista, todo lo abstracto. Todo tan raro y a la vez interesante como lo que ahora me esta pasando. Nos está pasando. Agregaré también que soy bastante desordenado, para compensar. Ja, ja—reímos, mientras veíamos la playa con poquísima gente, ya casi todos se había retirado. Decidimos conversar un rato más, ahí mismo, sentados en la arena, con la complicidad del ruido de las olas. El sol Ahora se había ocultado.

Se sentó a mi lado y sacó del bolsillo de su pantalón un celular bastante extraño, tanto así que hasta ahora sigo buscándolo en los catálogos y no encuentro nada parecido. Me miró de frente, con la mano levantada para llamar mi atención, mientras se puso a mi lado con la cabeza muy junta a la mía. Me dijo suavemente al oído:

—Esté será mi mejor recuerdo: una foto muy linda con alguien a quien ahora conozco un poquito.
—Pero espera, estoy muy despeinado por la brisa, me puedes dar un momento—le dije, esperando su comprensión. Pues siempre odio tomarme fotos si no estoy arreglado.

Fue demasiado tarde. Lo vi todo blanco, por el flash del teléfono tan cerca de mis ojos. Ahora tenía en su celular una foto muy buena, la única que tomaría esa vez. Y la única foto mía con alguien a quien solo conocía un par de horas. Nos quedamos un rato viendo esa imagen. Dos personas que no se conocen, que posiblemente no se vuelvan a ver más en su vida; que viven tan lejos, pero que un día se encuentran casualmente por algún extraño motivo en una playa norteña, en un muelle vacío mientras miran las olas en una tarde especial y se toman un foto; eso es algo demasiado improbable, pero ha pasado. —le dije, mientras ella ahora escribía sobre la arena mojada.

Me contó del museo Dalí, que es de lo mejor que se puede visitar, de sus clases de piano que su madre le impuso estudiar, cuando ella lo que quería era escuchar a U2. De la vida repetida, hasta en cierto punto aburrida. Todos los días lo mismo, las mismas reglas, las mismas personas, lo mismo de siempre. Un día decidió viajar con sus amigas aprovechando las vacaciones, y mientras sus amigas la esperan en el Hotel. Ella aprovechó un rato para salir a contemplar el mar. Que es lo único que encuentra siempre algo suyo, en todo lugar donde va. Como una atracción, que a veces sin preguntarte nada te trae cosas muy buenas. —Yo pensaba exactamente lo mismo.


Ya era demasiado tarde, para una chica como ella que no conoce la ciudad y para un chico como yo, que está muy lejos de su casa y seguro ya tendrá el celular con varias llamadas no contestadas. Decidí despedirme, agradecerle por la excelente compañía, conversación, por la foto, por su tiempo; por todo lo bueno que podía haber sido ese momento junto a ella. Sobre todo ahora que tendría que dejarme de ver con ella, por razones obvias. No tenía celular. No tenía papel para anotar nada. Solo la memoria cuidaría celosamente ese momento, tal vez para siempre. Ahora las olas estaban ya muy cerca de nosotros y yo no quería por ningún motivo que me mojaran. A ella parecía no importarle, le había gustado tanto mi forma de contarle como era Trujillo. Una ciudad tranquila, sacada de alguna obra de García Márquez, donde posiblemente tendría que pasar cien años de soledad para poder volver a tener un encuentro como éste. —Yo, no tenía quien me escriba.

—Me ha encantado saludarte. Eres realmente muy inteligente y es obvio que también bonita. Pero ahora tengo que regresar, muchas cosas están pendientes. Y espero que disfrutes toda tu estadía en esta ciudad. Fue muy lindo conocer a una chica como tú. Gracias por todo Sandrita. —le dije con mucha confianza, con la misma que ella me trataba.
Me disponía a levantarme cuando el agua me lo impidió. Todo mojado por una ola que nos había alcanzado, ella se reía, pues pudo verla venir. Yo no tenía más ropa que la que traía puesta, y ahora la tenía mojada. No era justo, solo un par de segundos antes y nada hubiera pasado, pero bueno, de todos modos tenía que regresar a casa y cambiarme. Ella tomó mi mano y me dijo que quería un último recuerdo. Me invitó un chocolate M&M´s, ella comió otro, y ahora me dijo:

—No pienses nada, solo acércate. Es un beso de amigos.
El rumor de las olas llegaban desde lejos, no me importó que me sigan mojando, olvidé todo en ese momento. Fue el beso “más dulce” que he tenido en estos últimos veranos. ¿Un pequeño momento puede durar tanto? No lo sé. Sé que fue lo mejor que me ha pasado desde esa última vez que fui a la playa. Toda oscura, toda silenciosa y cómplice de una despedida muy romántica. La arena mojada, sus manos tomando las mías, y ese beso que jamás volvería a ser mío. Pero ahora lo era. Era nuestro pequeño “gran beso de despedida”.

Cuando nos alistábamos para pararnos, tomar las cosas e ir por un taxi, una gigantesca ola nos dejó completamente mojados. Totalmente. Yo no salía del susto, ella nuevamente lo había visto venir y no me dijo nada. Se acercó a mí nuevamente, me tomó la cabeza con ternura, mientras me decía:

—Te prometo, Sergio, que ésta será la última ola. En serio, te lo aseguro. —mientras que su mirada, ahora muchísimo más hermosa, me decía lo contrario.

Desde lejos, casi mezclados con la arena y con el mar de testigo, se podía ver a dos jóvenes que se seguían besando; sin importarles la hora, el peligro que trae estar solos en esa playa, las cosas pendientes, los amigos que seguramente a esa hora ya habrían llamado preocupados; nada de eso les importaba.


Regresé a casa preocupado, me bañé rápidamente mientras enviaba mis informes por correo electrónico. Por fin en mi cama pude pensar en todo lo que pasó ese día. Así seguí pensando y recordando ese lindo momento toda la noche, recordando esos besos con sabor a chocolate, la arena mojada, el ruido del mar; recordándola hasta quedarme dormido. De madrugada desperté y recordé que no había prendido el celular. Fui a ver mi teléfono. Lo prendí y tenía un mensaje que decía: “Recordaré siempre la última ola”.




H.R.

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